En busca de la juventud perdida
¿La vida se termina después de jubilarse? ¿Qué hacer con el tiempo libre? Esos son algunos de los interrogantes que plantea la directora Marion Vernoux en Mis días felices (Les beaux jours, 2013). Fanny Ardant protagoniza de forma excelente una historia con la que muchos de los espectadores se sentirán identificados.
Caroline (Fanny Ardant) cree que ya no tiene nada para hacer: cumplió 60 años, dejó de dedicarse a la odontología y su matrimonio con Philippe (Patrick Chesnais) se transformó en una relación bastante aburrida y sin sorpresas. Incentivada por una de sus hijas, y con muchos prejuicios previos, se acerca a un centro ocupacional que ofrece numerosos talleres para personas de la tercera edad. Primero prueba suerte con un curso de teatro, pero rápidamente se da cuenta que no es para ella el dejar al descubierto sentimientos frente a desconocidos. Entonces decide asistir a uno de informática que le permita solucionar cuestiones técnicas de su computadora. Allí no sólo empieza a dialogar de forma amena con sus compañeros, sino que comienza una relación amorosa con Julien (Laurent Lafitte), el profesor de 40 años.
¿Vale la pena arriesgar todo por una aventura? ¿Es necesario perder la confianza de un marido fiel? ¿En verdad una mujer de 60 le puede atraer a un hombre más joven? Esas son las preguntas que surgen en la “nueva realidad” de Caroline, signada por una importante atracción sexual. Y, justamente, las decisiones pensadas e impulsivas que tomará son las que vuelven interesante a Mis días felices. Pero si bien también se esbozan temas como el miedo a envejecer y a la muerte, da la sensación de que se podrían tratar con mayor profundidad. Quizás es en ese punto donde el film de Vernoux no termina de convencer y deja sabor a poco.
Ardant interpreta majestuosamente a Caroline, y consigue una gran química tanto con Chesnais como con Lafitte. Sus actuaciones le aportan calidez y credibilidad a la película.
Mis días felices retrata un período determinado en la vida de una mujer; lapso en el que podrá disfrutar o simplemente aprender de esas vivencias. Mientras, el público oficiará de observador y podrá acompañar, entender o juzgar a la protagonista. Pero esa es otra historia.