Francia clona a Hollywood
Las buenas condiciones del comediante Kad Merad y la presencia de Catherine Deneuve y Emmanuelle Béart no alcanzan para que esta réplica de lo que Estados Unidos insiste en llamar “comedia brillante” consiga levantar algo de vuelo.
Como el resto del universo cinematográfico no ofrece resistencia al inminente desembarco de los humanoides azules de Avatar, hay en esta temporada porteña un único estreno navideño, apuntado a las señoras. A quienes, se supone, la megafantasía econaïf de James Cameron dejará perfectamente indiferentes. Mis estrellas y yo representa una de las tendencias más visibles del cine francés contemporáneo: la de la clonación hollywoodense. Con ejemplos notorios en otras áreas (thrillers, policiales, terror extremo), en esta ocasión se trata de mimetizarse con la clase de comedias a las que, a pesar de un brillo cada vez más ajado, se sigue llamando “brillantes”. Para consumar la mímesis se pone un cómico en lugar de otro (el argelino Kad Merad por Adam Sandler, Steve Carell o Ben Stiller), un par de estrellas en lugar de otras (la Deneuve y la Béart, haciendo las veces de Meryl Streep y Meg Ryan), se idea un mecanismo dramático funcional, se le da al asunto una vuelta de tuerca moral-redentorista... et voilà, Ho-llywood à Paris.
Robert, protagonista de Mis estrellas y yo (el calvo Kad Merad, buen cómico), podría haber dado para cierto patetismo neura, alla Rupert Pumpkin en El rey de la comedia. O para un psycho liso y llano, de película de terror. En lugar de eso funciona como mero perno argumental. Venido a menos, el tipo aprovecha su condición de empleado de limpieza de una poderosa agencia de representación artística para revolver, en el turno de la noche, escritorios y cajones de sus encumbrados jefes. El objetivo: sacar datos que le permitan acceder a las étoiles, haciéndose pasar por agente. Bien para garronear un autógrafo, bien para acosarlas, al borde mismo del síndrome de Chapman. Una institución del cine francés (Deneuve, recibiendo el honor casi mortuorio de hacer prácticamente de sí misma), una de sus competidoras de la siguiente generación (Emmanuelle Béart, con una cara como la de Graciela Alfano en Bailando por un sueño) y una estrellita joven (Mélanie Bernier, linda pero afecta al mohín) descubrirán que fueron sus víctimas. Conspiran entonces para darle su merecido, pero luego intentarán reconciliarlo con su ex esposa (una también desmejorada Maria de Medeiros). Trocados los reproches por ternura, la vuelta del loser al seno familiar será cuestión de unas pocas escenas más.
Mis estrellas y yo es la segunda película de Laetitia Colombani, una chica de treinta y pico que parecería concebir el cine como si tuviera el doble o triple de edad. No hay aquí otra pretensión que la de hacer unos buenos euros, dándole al público lo que se supone que le gusta. Si para ello hace falta ponerle al protagonista un gato persa, de puro lindos que son esos bichos, se hace. La presencia del gato permite, de paso, que el dueño lo lleve a una psicoanalista veterinaria. Circunstancia que da pie a un juego de palabras que, por más forzado que sea, en francés funciona mejor que en castellano. La señora es una psy-chat-naliste, y como mucho más no tiene Colombani a mano para hacer reír, ese juego de palabras devendrá su arma casi única, repitiéndose no menos de media docena de veces y especulando, tal vez, con un público lo suficientemente distraído como para reírse cada vez que alguien lo dice. Como si no fuera la tercera, cuarta, quinta o sexta vez que eso sucede.