Otra comedia francesa que transita por la medianía
A veces uno no tiene referencias de un actor y de repente el tipo se le hace más conocido que un pariente: en apenas dos meses se estrenaron tres películas con Kad Merad (Bienvenido al país de la locura, La canción de París y esta Mis estrellas y yo), un buen actor y mejor comediante, que maneja los tiempos del género con singular soltura. Merad es un tipo que sabe usar el cuerpo y que, además, lleva los diálogos con gracia. Claro que debería elegir mejor los productos que lo tienen como protagonista, o de lo contrario terminará derrochando su talento en películas que no son dignas de el.
El problema de Merad, a juzgar por Bienvenidos al país de la locura y Mis estrellas y yo, es que el tipo es un especialista en comedias populares, familiares, sin mayores riesgos, de esas que se hacen en Francia por kilo y que -llamativamente para un país que está dejando que las mejores comedias norteamericanas lleguen directo al dvd- se estrenan por estas tierras. Con todo, Mis estrellas y yo, al lado de los otros films mencionados, resulta algo más decoroso, jugado con un mínimo de gracia y sin mayores pretensiones.
Merad interpreta aquí a Robert, un empleado de limpieza de una agencia de actores, que se obsesiona con las actrices al exceso de querer controlar sus carreras e intrometerse en sus vidas privadas. Las estrellas en cuestión en el film son Solange Duvivier (Catherine Deneuve), Isabelle Séréna (Emmanuelle Béart) y Violette Duval (Mélanie Bernier), tres actrices que representan de cierta manera el cambio generacional del cine francés, y que en la película son autorreferencias constantes de las divas que las tienen que personificar: Deneuve y Béart, sobre todo.
Evidentemente la directora Laetitia Colombani no cree en la obsesión como algo oscuro o perverso, y ni siquiera para jugarlo desde la comedia negra como lo hizo Scorsese en El rey de la comedia. Por el contrario, si bien Robert es mostrado en un comienzo como un tipo obsesivo, con el correr del metraje se podrá reconocer en él a un tipo patético, pero que sólo quiere ser amado y recuperar a su familia. Una ternurita vea, que en todo caso es funcional a lo que la directora quiere decir: que siempre hay segundas oportunidades y que se puede recomenzar desde algún lugar. Lecciones morales que nadie pidió y que Mis estrellas y yo se preocupa por dibujar en el aire.
Ni las referencias al cine dentro del cine (la película que filman las tres actrices tiene escenarios similares a los del clásico Los paraguas de Cherburgo, con la Deneuve) funcionan porque para Colombani el cine no es más que un accesorio: en eso se convierten también los guiños, gestos sin profundidad. Y ahí, cuando la película se pone pesada y edulcorada, es cuando la mínima gracia se diluye por completo. Aunque es bueno reconocer que tampoco es tanto lo que se pierde.