Durante los años ’40 y ’50 existió una gran excusa narrativa para filmar comedias musicales: mostrar el detrás de cámaras del mundo del cine o de las mismísimas comedias musicales de Broadway
De esta manera se justificaba el hecho de que los protagonistas cantaran de forma diegética y verosímil sobre el escenario o set de filmación, aunque también cantaban cuando tenían ganas. Dentro o fuera de la ficción, todos cantaban.
Así surgieron excelentes películas como Cantando Bajo la Lluvia, Cover Girl, Melodías de Broadway o la mayoría de películas de Vincente Minelli, acaso el que más exploró el género, aún cuando no haya canciones de por medio, como en Cautivos del Mal. Pero también se hacían musicales de este estilo en varias partes del mundo como en Argentina se hizo La Cabalgata del Circo de Mario Soffici, por ejemplo.
Y por supuesto, una “estrella” no es “estrella” sin algún fanático loco que las persiga. Por esta senda transita Mis Estrellas y Yo de Laetitia Colombani. Esta vez sin canciones de por medio, la película combina diferentes modelos de cine estadounidense clásico, de tono efectista y no demasiado ingenioso.
Pero no estamos hablando de comedia burda, como la sobrevalorada “nueva comedia estadounidense” con los descendientes de Saturday Night Live, sino de aquella donde brillaban Ava Gardner, Bette Davis, Joan Crawford, Gene Kelly, Fred Astaire y Marilyn Monroe, entre otros.
En el homenaje a este tipo de cine se encuentran los mayores valores de la película de Colombani. Sin caer en momentos melodramáticos demasiado lacrimógenos como Notting Hill, en donde también se explora la relación entre una “estrella” y un tipo común, Colombani también hace una comedia de venganza femenina en la línea de Las Brujas de Eastwick.
Quizás abusa un poco del uso de un gato (las comedias estadounidenses suelen usar perros o chicos) como efecto humorístico adicional al argumento central, o también otra simple excusa para poder ella misma aparecer mínimamente en pantalla.
De todas formas Mis Estrellas y Yo nos permite disfrutar de una Catherine Denueve, realmente deslumbrante, que se permite burlarse de ella misma, como una diva que vive confinada en una mansión con su cochero, mayordomo, y enfermero, quien en algún momento fue su co protagonista hasta que cayó en el olvido. Cualquier semejanza con Sunset Boulevard – El Ocaso de una Vida, la obra maestra de Billy Wilder no es pura coincidencia. Y sin dudas es el mayor placer cinéfilo que tiene la obra.
También desfilan la joven Melanie Bernier y una Emmanuel Beart madura, pero alejada de las vibrantes interpretaciones que supo dar durante los ‘90s en el cine de francés. De, aquella Beart, la de El Infierno de Chabrol o La Pequeña Mentirosa de Rivette ha quedado solo un rostro un poco modificado por cirugías estéticas. Una lastima.
Pero, es Kad Merad, encasillado como el eterno perdedor es el que brilla sobre todas las “estrellas” relegando a un segundo plano incluso a María de Medeiros, que solo busca roles secundarios para juntar efectivo para financiar sus propios proyectos. No se justifica , de otra manera, que la protagonista de Henry y June tomara un rol tan insignificante.
Colombani, sin demasiadas pretensiones, con precisión, simpáticos detalles (por ejemplo, el tamaño de los trailers de las protagonistas según su fama) hace una comedia sencilla, estéticamente no demasiada inspirada, con un timing humorístico de manual.
No es un estudio sobre el fanatismo o sobre la fama demasiado exhaustivo. Pero tampoco es necesario. Una fábula, un cuento de hadas como el de Cenicienta con final felíz… dentro del mundo de las celebridades.