Crecer y madurar en el conflicto
Orgullo de su familia y favorito de su abuela, el niño Eyad es intelectualmente brillante y veloz, ocurrente, voluntarioso. Ya de joven es admitido en la mejor escuela de Israel. Y allí es el único palestino, el árabe que debe aprender a convivir en un medio al principio extraño y también parcialmente hostil. Mediante un formato que mezcla géneros y subgéneros (comedia, drama histórico-político, comedia costumbrista, drama familiar, coming of age, etcétera) asistimos a su aprendizaje o, mejor dicho, a sus aprendizajes, a su relación con una encantadora chica judía, a su amistad con su compañero de cuarto... Y siempre, a la determinación y entereza de Eyad.
La conflictiva historia de la región, las guerras, los controles militares y también los cambios en la televisión se cuelan intermitentemente en este relato muy abarcativo y muy ambicioso de Eran Riklis (La novia siria, El árbol de lima, Una misión en la vida).
Guiada por esa ambición de trabajar muchos temas y conflictos, la película encuentra la manera de apostar a la velocidad y fluidez narrativas, que en ocasiones se llevan puestas la sutileza actoral y la credibilidad del paso del tiempo en algunos actores y actrices.
La falta de profundización y la acumulación temática se resuelven mejor con las miradas entre los jóvenes y cuando la película se desata y acepta las formas del melodrama que la historia reclama (como en la interpretación literaria polémica en clase, o en la relación con la madre del amigo), más que en diálogos más informativos o demasiado conscientes de la trama histórica o del equilibrio del mensaje.
En la adscripción intermitente al melodrama estaba probablemente la clave de la grandeza emocional que la película logra sólo por momentos, tal vez maniatada por su prolijidad, por cierto aire de asepsia de cine global, que le resta identidad a la vez que la hace inmediatamente atractiva y fácilmente consumible, pero limita su perdurabilidad y hace menos complejo su regusto.