Mis hijos

Crítica de María Laura Paz - El Espectador Avezado

Eran Riklis, realizador de la conmovedora "Lemon Tree", retoma su óptica sobre las vivencias entre vecinos que prácticamente no se pueden ver. Allí, no hay grietas sino muros, físicos, psíquicos y espirituales. En este caso, los protagonistas serán los encargados de tender puentes y llamar a la fraternidad donde esa palabra es casi un imposible.
"Mis Hijos" o "Dancing Arabs" como se conoció internacionalmente (es una peli de 2014!!), es la historia de un joven árabe, que crece en Palestina y que es enviado por su
padre, en la adolescencia, a estudiar a un prestigioso instituto en Jerusalén. El hecho es que este papá, al que Eyad, el joven en cuestión en su niñez mencionaba como
un terrorista fundamentalista en el colegio hecho por el que era castigado por su maestro, quiere que su hijo venza al enemigo desde su corazón, demostrando que los árabes pueden ser más que lavacopas, camareros o fruteros.
Eyad es un genio pero le cuesta relacionarse en territorio hostil hasta que conoce a Yonnatan, y a Nahomí. Uno será su hermano, a pesar de haber nacido a un lado y al otro del muro; la otra, será su primer amor, una relación difícil en todo sentido pero fundamental para tender
lazos.
Yonnatan está enfermo de la misma enfermedad que su padre, que ya murió y que a él día a día va disminuyendo y eso significa una maldición en tierra judía.
Por eso también surge el unirse a Eyad. Ambos, como decía anteriormente están ligados por un lazo mayor a la amistad, es genético, son tan parecidos que verdaderamente podrían ser hermanos.
La madre de Yonnatan es la que justifica el título, ya que estos seres, empiezan a mimetizarse y mientras Eyad vive cada día más como Yonnatan, Yonnatan, va muriendo como
Eyad. Es la esencia de la película, es una raíz histórica.
Incluso podría decirse, que hay también una escena que marca un punto entre las tres religiones mayoritarias a nivel mundial: cristianismo, musulmanes y judíos.
No es una película de religión, ni de política, ni de filosofía pero tiene un poco de cada uno de estos ingredientes.
El director y el guionista, Sayed Kashua, se las ingenian para crear una historia de juventud, de amistad y al mismo tiempo, abrirnos la ventana a ese universo tan complejo que es Oriente Medio, todos sus conflictos, los incluidos, los desamparados, los que no tienen tierra (a pesar de que tienen una bandera, un territorio y sobre todo una población que lo reclama).
Me pareció bastante atrevido el lenguaje de una canción sobre los hombres y mujeres árabes que buscan la liberación a través del sexo, no por mojigatería sino porque no lo había visto en filmes de estas culturas. También me llamó la atención un semidesnudo femenino, cosa que tampoco es habitual.
Causa impresión ver imágenes de Saddam Hussein en su apogeo y recordar la época de la Guerra del Golfo, lapso en el que transcurre la mayor parte de la película.
Una opción muy interesante, en cuanto a lo cultural y muy digno trabajo de este director, que pinta muy bien los paisajes de la Franja de Gaza, Palestina, Israel, Irán e Irak, siempre en boca del mundo buscando la paz.