En busca de una identidad
El israelí Eran Riklis viene retratando el conflicto entre Palestina e Israel desde todos los ángulos posibles, sumando todo tipo de tono y sin dejar pasar la oportunidad de cualquier tipo de metáfora: en El árbol de lima, un limonero servía para resaltar esas diferencias. En Mis hijos, se vale de la comedia costumbrista, del drama romántico, del film sobre el ámbito estudiantil y hasta del coming of age para contar la historia de un joven palestino que estudia en una prestigiosa institución judía, donde tienen que enfrentarse al desprecio de ser el “diferente”. Hay que reconocer en Riklis su ambición por contar una historia un poco más grande que la vida, pero siempre evidenciando las limitaciones para ser tan abarcativo y definitivamente aligerando determinadas situaciones para evitar car en un drama solemne. Sin ser una maravilla, Mis hijos es otra de sus películas calculadas, pero amables en su búsqueda de un balance entre la mirada israelí y la palestina: estamos ante una película sobre la identidad, que busca la suya propia a cada segundo.
Mis hijos arranca como una comedia costumbrista, incluso con un humor algo incómodo al abordar el conflicto palestino-israelí desde la mirada de los chicos. “Mi padre es un terrorista”, dice el pequeño Eyad y el docente, muy amable, le azota las manos con una regla de madera. Esos primeros minutos resultan los más interesantes, porque plantea su tema de manera lúdica, mirando el entramado familiar de Eyad con cierta ligereza y donde el trazo grueso que representan el padre y la madre resultan acordes con el tono de la película. Pero Eyad crece, su cuerpo se convierte en un símbolo para la propia película, y el derrotero del joven por los claustros educativos de esa institución judía sucumbe ante algunos resortes dramáticos un poco trillados para el nivel de ambición del film: el amor con una chica judía, el desprecio de sus familias ante el cruce con el “enemigo”, la relación con un compañero que sufre distrofia muscular. En ese marco, mucho más serio y contenido narrativamente, la presencia de personajes estereotipados luce equívoca.
Ese viaje por diversos tonos y registros que propone Riklis -decíamos- parece un juego autoconsciente de la película con la propia experiencia del protagonista: el tema de la identidad, qué somos nosotros y qué representa el otro, parece ser aquello que obsesiona al director. Las distancias entre comunidades y las posibilidades de acuerdo, son lo que lo lanzan a narrar. Riklis lo hace de manera prolija, tal vez demasiado, y Mis hijos se vuelve como muy administrativa al fragmentarse como por estadios emocionales: del costumbrismo al film de estudiantes, luego al romance. Y así. Recién sobre el final, la película encuentra no sólo cierta solidez expositiva, sino también una mayor complejidad en el tratamiento de sus temas. Eyad debe tomar una decisión, y eso impacta definitivamente en su propia identidad. Que lo que ocurre sea una mostración y no una exaltación argumentada, es uno de los aciertos de este film. Para los temas que aborda, Riklis es un director para nada radicalizado, cuyo trabajo formal carece de vuelo cinematográfico. Digamos, un reproductor de imágenes más o menos inofensivas para un público que mira estos asuntos desde afuera y se horroriza un poco. No está mal, pero luce poco jugado.