El filme reivindica el deseo como potencia vital en los adultos mayores.
Esta nueva película de Jean Becker es definitivamente una obra más que tradicional. Simple, aborda lugares comunes y compone situaciones re manidas, con personajes lineales e increíblemente monolíticos. Sin embargo posee un encanto que le permite establecer cierta empatía en el espectador con sus personajes.
(Debo aclarar que toda narración que reivindique el deseo como potencia vital en los adultos mayores comunes y corrientes, lejos de heroísmos falsos y el fetichismo de la vejez cinematográfica, es para mí digna de elogio)
Germain (Depardieu), es un grandote semi analfabeto de buen corazón, que conoce en un banco plaza a Margueritte (Casadesus), una mujer de noventa y tantos años, con quien establece una relación personal afectiva estrecha, a partir de dialogar y compartir lo que cada uno de ellos puede aportar al otro: serenidad y sabiduría por un lado, sinceridad y simpleza por el otro. Toda la historia se centra en esta relación, aun cuando gran parte del metraje corresponde a la vida de Germain con sus amigos, su novia y su madre.
La película es todo lo previsible que tal situación puede merecer. Los personajes que acompañan a Germain no podrían ser más modélicos. Su madre lo parió luego de un embarazo no deseado, y siguió rechazándolo por el resto de su vida. Los amigos del bar se burlan con cariño de este tosco amigo, y su novia es “tan buena como el Quaker”.
No hay sorpresas ni intención alguna de originalidad en este filme. Ni siquiera tiene pretensión de incluir diálogos ingeniosos o frases sentenciosas. Del mismo modo, evita toda tendencia al melodrama. El director logra mantener el tono amable sin exagerar ningún matiz que acerque la trama a los siempre indeseables extremos. Esto, más la fluidez de la narración, son los principales logros del director.
El resto (que no es poco) es aportado por los protagonistas. Casadesus, actriz de 97 años, brinda una simpatía y una delicadeza con la que, más allá de su especial presencia física, maneja con talento el tiempo en la relación de complicidad actoral con el enorme Depardieu. Este actor de tantas batallas no compone acá un personaje. Su Germain es poco interesante dramáticamente. Lo que aporta sobre todo es un soberbio manejo del espacio, el que ocupa física y simbólicamente, y un tempo perfecto en su relación con el resto de los personajes. He aquí el secreto de la película. Además de ser capaz de dominar la pantalla, su composición distanciada, despojada de toda inútil emotividad, naturaliza lo que podría ser recargado dramáticamente.
Absolutamente querible, el filme tiene sus peores momentos en los flashbacks explicativos. El innecesario recuento de situaciones obvias, incorporan un registro melodramático ausente en el resto de la narración.
Un día con Margueritte podría ser una película fuertemente criticable. Sin embargo, sostenida por sus actuaciones y personajes, por el clima naturalista y contenido, logra ser agradable a pesar de su profunda convencionalidad. Lo mismo podría pretender esta sencilla nota.