Si uno quiere saber qué pasó con Damián Szifrón – creador de Los Simuladores, responsable de la nominada Relatos Salvajes -, acá tiene la respuesta: después de coquetear con una posible versión para la pantalla grande de El Hombre Nuclear – protagonizada por Mark Wahlberg – y no llegar nada (posiblemente por interferencia creativa de los estudios), Szifrón eligió un proyecto mas modesto y con mayor control creativo en donde él y Shailene Woodley son los productores. No es un thriller que arrasará la Tierra ni hará historia pero está escrito de manera super sólida, inteligente, con salidas propias de Szifrón y donde lamentablemente el tercer acto – que amenazaba ser brutal y diferente – termina siendo rutinario y políticamente correcto, lo que empaña el esfuerzo previo.
Acá hay un asesino serial, pero no de esos que cortan gente en pedacitos sino un tirador que, en la noche de fin de año, liquida a 30 tipos desde un departamento alquilado y después lo vuela por los aires para ocultar todo tipo de rastro. El oficial del FBI a cargo – Ben Mendelsohn, un tipo especializado en hacer papeles de villano pero que va como los dioses cuando le dan papeles against type – no es un bobo burócrata sino un tipo con mucho olfato para las pistas. A Mendelsohn lo tortura la burocracia de la ciudad de Baltimore – el alcalde, el gobernador, gente que lo aprieta para obtener resultados o mostrar algo (aunque no sea verdad) para exhibir que están sobre algún tipo de pista aunque no sea veraz – y, por el otro lado, se topó con la Woodley en la escena del crimen, la cual es una policía de calle con una parva de despioles mentales encima pero que es buena investigando. El drama es que, como depresiva, anti social y con un par de intentos de suicidio, la chica no califica para detective a pesar de que tenga los años y el instinto. A Mendelsohn le encantan un par de conclusiones de la Woodley y la recluta como enlace con la policía local. Como el crimen es demasiado perfecto, hay poco sobre lo que pueden avanzar y lo único que queda es ver el reguero de sangre que ha dejado el asesino.
Esta es una historia que prioriza a los personajes sobre la trama. La Woodley cree que está de adorno (o que Mendelsohn la quiere pasar para el cuarto) pero, cuando el detective revela que es gay y está casado, la química entre ambos cambia de manera notable. En un caso como éste la investigación podría tomar años pero el guión acelera tiempos al probar que el asesino comete errores y genera otra matanza de la cual sí se pueden obtener más pistas. Como esta gente piensa “por fuera de la caja” saca conclusiones interesantes que lo ponen sobre sobre el sendero del homicida.
La Woodley está afeada y descuidada para dar el look de solitaria a la cual le falta un par de caramelos en el frasco. Honestamente nunca la encontré ni bella ni tan buena actriz y ahora con 32 pirulos tiene que reinventarse de alguna manera. Acá funciona bien en el rol, es creíble como una policía “quemada” por el trabajo y la soledad. El que anda de maravillas de Mendelsohn, que es tan inteligente como cínico y tiene las mejores líneas del libreto – “vos sos como el idiota de Tiburón, el que quiere mantener las playas abiertas mientras el bicho se come la gente” le dice al burócrata que no quiere imponer un toque de queda en la ciudad “sí, pero el alcalde idiota sigue en el cargo en la secuela!”… y esos son diálogos propios del Szifrón que todos conocemos y disfrutamos -.
Mientras uno conoce a estos personajes la investigación sigue una secuencia lógica, razonable, simple pero brillante hasta arribar al descubrimiento de la identidad del asesino donde el filme se reserva varias sorpresas. (alerta spoilers) Quizás lo mas brillante es que el homicida solitario – el misántropo del título, que cree que la vida siempre le negó oportunidades y ahora se venga de aquellos que ostentan opulencia o se ven felices – le exige un sacrificio a la Woodley, hablando de par a par ya que ambos han sido amantes de la muerte y odian la vida que han llevado. Si el filme hubiera seguido por esa línea, Misántropo podría haber tenido un final magnífico, iconoclasta, con el asesino aceptando su suerte y la policía novata siendo su impensable socia en el capítulo final. La imposición de un final feliz la aparta de la posibilidad de hacer algo diferente y memorable, quizás una decisión de Woodley como productora para no empañar su imagen pública… que lastima la eficiencia de un policial super sólido (fin spoilers).
Misántropo – o Para Atrapar a un Asesino, título genérico si los hay e inspirado por un clásico de Hitchcock – es muy sólida, inteligente y atrapante. No inventa nada nuevo pero se toma su tiempo para hilvanar la trama con personajes muy interesantes. Es una lástima que sobre el final opte por lo políticamente correcto en vez de salirse de la ruta y recorrer caminos nuevos e inesperados, algo que hubiera sorprendido gratamente a la mayoría de los espectadores que gustan del género.