Acción, preocupación, aceptación. Dejando de lado casos como el de Hugo Fregonese (otros tiempos, otro Hollywood), las experiencias de directores argentinos en Estados Unidos, en las últimas décadas, han dado como resultado productos mayormente híbridos, impersonales, cuando no truncos o frustrados: Adolfo Aristarain, Alejandro Agresti y Luis Puenzo han pasado por esas lides. Sin embargo, suele pensarse que los directores que logran insertarse en ese mercado Llegaron, lograron lo máximo a lo que pueden anhelar como cineastas. Ciertamente, tal vez sea ventajoso para ellos (por la posibilidad de trabajar con mejores presupuestos y por lo que implica en cuanto a crecimiento profesional), pero a los espectadores no debiera importarnos otra cosa que las películas que hacen en esas condiciones.
Misántropo –calificativo que bien podría adjudicársele a Szifron, si hubiera que juzgarlo por las características de sus guiones para el cine– es un policial eficaz, y no habría mucho más para decir: genera suspenso, arroja de manera sagaz momentos de sobresalto y violencia, desliza saludables toques de humor. Es cierto que, como decía aquí al escribir sobre la exitosísima Relatos salvajes (2014), la atención que pone en las astucias del guion y el efecto sorpresa, además de su estética lustrosa, parecen responder más a los códigos de una serie televisiva que del cine, sin negarle al todavía joven director indudable pericia. En Misántropo, desarrollando la búsqueda de un brutal francotirador en Baltimore, asoman suspicacias sobre intereses en juego de los organismos responsables de garantizar la paz social, así como sobre los motivos del desapego a la vida –propia y ajena– del hombre buscado. Esto último es interesante porque se sugiere, además, que Eleanor, la joven policía que termina involucrándose cada vez más en el caso (encarnada con corrección por la no muy carismática Shailene Woodley), tiene frustraciones en común con el asesino.
Lamentablemente, en su último tramo se suceden varias situaciones caprichosas o inverosímiles (la inesperada decisión que adopta la madre del asesino, por ejemplo) y Eleanor, que parecía que iba a patear el tablero y rebelarse, de una u otra forma, termina aceptando a regañadientes determinadas condiciones para ascender en su trabajo y negociando con el FBI. Tal vez haya en ese personaje algo del propio Szifrón, profesional competente y muy listo que debe pactar (o resignar) ciertas cosas para progresar.
Por Fernando G. Varea