Odiar es humano
Casi diez años después del éxito de Relatos Salvajes (2014), el realizador argentino Damián Szifron regresa al cine con Misántropo (To Catch a Killer, 2023), un thriller filmado en Estados Unidos, coescrito junto a Jonathan Wakeham y protagonizado por Shailene Woodley y Ben Mendelsohn acerca de la investigación de unos asesinatos cometidos por un francotirador en Baltimore, una de las ciudades más importantes del Estado de Maryland, en la Costa Oeste norteamericana.
Un psicópata comienza a disparar aleatoriamente sin ningún patrón preestablecido desde un piso alto de un edificio del centro de Baltimore en la previa de Año Nuevo. Con el caos desatado, la oficial de policía Eleanor Falco (Shailene Woodley), una de las primeras agentes que acude al lugar de los hechos, es reclutada por Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), un experimentado agente del FBI asignado como cabeza de la operación para detener al responsable del ataque, con el objetivo de ayudar en la cacería del asesino. A partir de un par de conversaciones y de situaciones Lammark intuye el potencial de Falco para ayudar en el trabajo que tiene entre manos y descubre que la agente fue descartada en el ingreso al FBI por su personalidad conflictiva y su tendencia al suicidio. A pesar de sus antecedentes, Lammark mantiene a Falco y juntos trabajan a contrarreloj para impedir que el asesino desate su ira sobre la ciudad nuevamente, lo que por supuesto ocurre en el lugar más representativo de los “no lugares” de la cultura de consumo contemporánea, un shopping mall.
Al igual que en sus películas dirigidas en Argentina y las series que lo hicieron famoso en la televisión vernácula, Szifron maneja magistralmente la acción para construir un opus que soporta muy bien las dos horas de duración, aunque el final sea un poco decepcionante en su desenlace filosófico y sociológico, sin aportar nada nuevo ni revelador a la cuestión que aborda. Debido a este remate, el análisis del comportamiento de un asesino y el de sus perseguidores no logra cuajar del todo, dejando a los personajes demasiado expuestos a las falencias de la trama.
Uno de los principales problemas es que la premisa del asesino solitario que odia a la sociedad del espectáculo actual, consumista, estereotipada, falsa, mediocre y aburrida, opuesta a una sociedad de productores de obras auténticas que ejerciten el intelecto, ya tiene demasiados exponentes, al igual que la del policía de patrullaje con potencial de detective saboteado por su comportamiento y la del detective que ve el potencial en el renegado y lo suma a su equipo a pesar de que sabe que su decisión será utilizada por sus enemigos para desacreditarlo en un futuro cercano, todo en un contexto en el que el progresismo norteamericano se encuentra en un momento muy sensible, en una batalla cultural y política en la que dementes disfrazados asaltan el Congreso, atropellan gente, se prohíben libros clásicos y editoriales prestigiosas censuran libros para evitar que ciertos públicos se sientan ofendidos, por citar algunos de los desaguisados que se discuten en Estados Unidos y el Reino Unido.
En este sentido, Misántropo se parece demasiado a los thrillers de asesinos perturbados de los años noventa, films como Pecados Capitales (Seven, 1995), de David Fincher, o El Silencio de los Inocentes (Silent of the Lambs, 1992), de Jonathan Demme, a los que incluso Szifron les hace guiños en algunas escenas, obras de psicópatas inteligentes pero perturbados que por alguna razón o cúmulo de razones han llegado a odiar a la sociedad en su conjunto, a una comunidad que los discrimina, los disminuye e incluso hasta los humilla.
Así como en Misántropo el discurrir de la acción se destaca como uno de los pilares de la propuesta, los problemas de la película son varios, desde una trama derivativa que se pierde en las disquisiciones de los personajes y nunca termina de profundizarlos, hasta el final malogrado. Aunque trillados, los diálogos entre el sabelotodo veterano Lammark y la novata e impulsiva Falco funcionan como un contrapunto de la búsqueda del asesino. Si Lammark no necesita más presentación y no hay demasiada profundidad en la personalidad de Falco, por el otro lado estamos ante una carencia de cualquier motivación mínimamente creíble para el villano, interpretado por Ralph Ineson, ese que defrauda mucho en la conclusión.
Más allá de lo trillado de la propuesta de que una persona con problemas persiga a otra con más problemas que ha cruzado un límite, hay diálogos interesantes como el monólogo de Lammark en la estación de policía explicando por qué el asesino que persiguen tiene un perfil bastante parecido al de cualquier policía de la seccional, o las idas y vueltas entre Lammark y Falco sobre el caso o la situación que las malas ideas de los colegas de Lammark desatan con un grupo de supremacistas blancos seguramente fanáticos de Donald Trump. Los diálogos del final son claramente los peores porque no explican cómo el personaje se ha convertido en un asesino. Una cuestión muy bien trabajada es la misantropía de los energúmenos que gobiernan, que solo piensan en sí mismos y en mantenerse en el poder, algo que siempre genera simpatía en un espectador que en general es víctima de la impericia, la sociopatía y la corrupción de los que detentan el poder.
La premisa por supuesto funciona. Un hombre con gran potencial es humillado constantemente en trabajos denigrantes, obligado a rebajarse y descubrir la crueldad y la brutalidad que subyace en el mundo de la producción industrial de la carne y en la remodelación de departamentos de lujo, dos ejemplos de cómo el capitalismo necesita de la explotación y la genuflexión para funcionar dinámicamente. A nivel de la trama el problema es la falta de decisión de ir con el esquema hasta sus últimas consecuencias, lo que sí hacían las películas mencionadas anteriormente, Pecados Capitales y El Silencio de los Inocentes, incluso hasta Cabo de Miedo (Cabe of Fear, 1991), de Martin Scorsese. Seguramente la pandemia, los recortes presupuestarios y el temor a que la sociedad norteamericana le dé la espalda a la película o la condene por ofrecer un retrato de una cuestión muy urticante en este preciso momento como el control de armas, que divide tajantemente a gran parte de la población, son algunos de los factores que desvivieron a Szifron durante la filmación y la creación de la película, la cual se gestó a partir de una idea que ya tiene más de diez años y germinó tiempo antes de la pandemia.
Ben Mendelsohn realiza una gran labor mientras que Shailene Woodley sale airosa de un personaje con el que nunca logra encontrarse completamente. Ralph Ineson no consigue convertirse en un villano memorable y además no se termina de entender cuál es el rol en la trama de Jovan Adepo en el personaje de Mackenzie, uno de los asistentes de Lammark. Javier Juliá, el director de fotografía argentino conocido por trabajar con Szifron en Relatos Salvajes y por realizar la fotografía de Argentina 1985 (2022) y La Cordillera (2017), ambas de Santiago Mitre, y El Último Elvis (2012) y Animal (2018), de Armando Bo, sí se destaca en una labor difícil, con tomas precisas, muchas de ellas cenitales o con una perspectiva inusual que enaltece la propuesta de Szifron.
La música de Carter Burwell, un extraordinario profesional responsable de composiciones para films como Fargo (1996), Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) y Temple de Acero (True Grit, 2010), de los hermanos Joel y Ethan Coen, tampoco logra encontrar el tono de un film que falla en la trama y en la creación de los personajes. Seguramente la mayoría o todos los problemas de la película están relacionados con el desconocimiento de Szifron de las argucias de la industria cinematográfica norteamericana para engullir a los artistas y convertirlos en partes de una maquinaria que muestra lo que las corporaciones quieren que muestren, situaciones en las que el director se encontró a sí mismo más del lado de Falco que de Lammark. Seguramente si Szifron hubiera tenido más poder de decisión en el resultado final, Misántropo sería otra película, mucho mejor, con un toque de autor más genuino y visceral, no tan edulcorado por la mirada mainstream estadounidense del mundo.