Misántropo

Crítica de Maximiliano Curcio - Kranear

Puede que no exista un solo director de primera línea en la potencia cinematográfica número uno del mundo más apto, capaz y profesional que Damián Szifron para ponerse a dirigir una película como “Misántropo”. Nadie podría discutirle el puesto; Szifron, por derecho propio, es uno más dentro del Planeta Hollywood. Porque fue a la meca a hacer lo que los americanos mejor saben y podría tranquilamente pasar desapercibido como uno más. Pertenecer a la élite. Porque hay que tener las ideas claras y la conjunción de talento y personalidad, como para rodar allí y hacerlo de modo sobresaliente. Motivo de orgullo nacional, ante semejante vidriera y desenvoltura en el cine de habla inglesa. Tamaño desafío fue emprendido por quien fuera capaz de hacer en nuestro cine nacional una típica película buddy movie, más Hollywood imposible, como “Tiempo de Valientes” (2005).

Parece norteamericano, sí, pero es argentino y se trata del cineasta más brillante de su generación. Nueve años después de “Relatos Salvajes”, el creador de “Los Simuladores” nos sorprende con uno de los films más interesantes de la cosecha 2023. El realizador de exitosos films como “El Fondo del Mar” filmó en Canadá, en medio de la pandemia y durante un total de cinco meses, este audaz relato policial. Contando en el reparto con figuras reconocidas de la talla de Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo y Ralph Ineson, concibió un thriller de investigación modelo, de aquellos que los americanos adoran reproducir por generación espontánea. De modo inteligente, recurre a esquemas propios a la construcción del autóctono género policial que sirven como escenario para reflexionar acerca del enquistado síndrome de la violencia en una sociedad que produce tiradores en masa a ritmo récord durante el presente año. Un asunto que, literalmente, quema en las manos.

En una gélida Baltimore el frío cala en los huesos. Un tirador anónimo, resentido contra el sistema y dispuesto a hacernos cambiar de parecer respecto a lo que entendemos por la palabra víctima, dispara a mansalva en medio del festejo en la noche de año nuevo. Fuegos artificiales enmascaran un reguero de balas que empaña la algarabía y la euforia propia. De cierto modo premonitorio, el film, cuyo guion data de principios de la década pasada, antecede la idea de asesinatos en random cada vez más frecuentes: episodios aislados en diversos estados del país del norte aterrorizan a la indefensa población. Nutriéndose del cine sobre criminales seriales que prolifera en la industria mayormente desde los años ’90, el cineasta nativo de Ramos Mejía lleva a cabo una producción de enormes proporciones. “Misántropo” nos sitúa dentro de un paradigma que ostenta suma actualidad y que bien podría inspirarse en titulares de noticiarios: el germen de la virulencia instalada se ha convertido en uno de los males sociales que a Estados Unidos le cuesta cada vez más vidas extirpar de su núcleo.

El largometraje, producido por Filmnation Entertainment y RainMaker Films, exhibe la precisa y elaborada manufacturación de un abordaje audiovisual con sello hollywoodense. Szifron nos lega una auténtica clase de dirección, sabiendo bien a qué herramientas y recursos recurrir para valerse de las bondades del lenguaje cinematográfico y aprovecharlo al máximo. La música incidental del maestro Carter Burwell es una delicia. El empleo del espacio en off para escenificar los impactos de bala en favor de la tensión in crescendo en el espectador resulta brutal. Las profusas persecuciones filmadas en precioso plano cenital se vuelven un deleite. En las manos y en la inventiva de Szifron, un asesinato se convierte en un bello acto poético resuelto con originalidad y contundencia estética. Y como todo gran autor, adapta su forma al contenido, porque el cine es un vehículo válido para pensarnos desde lo humano.

El caldo de cultivo de la violencia sobreviene como materia de análisis cinematográfico para el debut en la industria norteamericana del laureado autor argentino. La ficción trata una realidad urticante a nivel social, mientras aún resuenan ecos del 9.11.01. Si la barbarie no ha sido adjudicada por un grupo terrorista, la intuición sintoniza con el malestar generalizado. Szifron analiza con profundo acierto las dinámicas de los medios masivos de comunicación, al tiempo que las opiniones dividen su veredicto respecto a la tenencia de armas: ¿la culpa la tiene la cultura? El contexto ficcionado asimila a la perfección las frágiles texturas sociales que explora, soltando una sentencia macluhiana: para el tirador, el arma es una extensión del propio cuerpo. Fabricando villanos para una sociedad necesitada de estos, se nos descubre que el sistema está corrupto de cabo a rabo y acaba empujando a cada individuo a la explotación de sí mismo. “Misántropo”, de manera sublime, provee una concienzuda crítica al aparato consumista y capitalista por el cual Estados Unidos vive y muere. Y en el cual produce películas como estas…

¿Quién es el asesino? Un antisocial sin base ni sustento alguno. Su dedo en el gatillo apila víctimas inocentes. ¿Es el único culpable? También hay daños colaterales y batallas internas que libran las instituciones que deberían proteger a la comunidad. Con la intervención del FBI y la policía local hundiendo sus narices en una guerra de egos, la cacería humana ha dado comienzo. En la urbe donde reina el terror y los barrios de inmigrantes son escrutados con desconfianza y prejuicios, un juego de gato y ratón se echar a andar. De modo llamativo, puede que los extremos opuestos -dentro y fuera de la ley- acaben rozándose: los niveles de perfección que determinan las acciones de un implacable asesino (Ineson) se reflejan, peligrosamente, en la obsesiva conducta que adopta el investigador (Mendelshon) decidido a darle captura. La película siembra guiños y señales (tácticas de disuasión psicológica inclusive) que nos aseguran que quien dirige ha consumido gran parte de este cine producido previamente en Hollywood.

Un criminal se escabulle con total impunidad. Poco a poco, el identikit va cobrando forma. El rostro que perseguimos podría ser el de uno cualquiera, como cualquiera de nosotros. Definamos normalidad, porque, en definitiva, tan distinto no se es a aquel desplazado del sistema que solo está comprando tiempo y añorando un poco de silencio entre tanto ruido y tanta furia. La microscópica mirada que ejerce “Misántropo” no omite, por si fuera poco, cuestiones de interés a nivel social como el sexismo (¿quién debe calmar el llanto de un bebé?), la igualdad de género (resulta clave en el desarrollo y en el curso que toma el desenlace de la historia la desenvoltura, determinación y valentía de una joven policía en busca de redención personal, sanidad mental y justicia a cualquier precio), la hipocresía reinante en las altas esferas de poder (¿cuál será la historia que una medalla póstuma contará?) y el matrimonio igualitario (el experimentado Lammark dice estar casado desde que ‘se lo permitieron’).

Diálogos precisos que son auténticas citas filosóficas elevan el nivel de calidad de un producto que recurre a metáforas y paralelismos constantes para sostener su tesis. Vivimos en una sociedad en donde el más fuerte devora y elimina al más débil. Son los eslabones de una gran cadena conformada por individuos de una misma especie compitiendo entre sí. Definamos desequilibrios y competencias, exclusiones y marginalidades, para así lograr una idea más acabada. En este sentido, la analogía que se realiza con nuestra naturaleza carnívora y depredadora es brillante. La maquinaria reproduce, sistemáticamente, una lógica monstruosa que avalamos, mientras el destino ensaya la enésima mueca macabra: los malnacidos van a seguir caminando por este planeta. Es hora de elegir si se prefiere ser odiado por lo que se es o amado por lo que no. Fijate de qué lado de la mecha te encontrás.