Misántropo

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El regreso de Damián Szifron al cine, tras los nueve años que separan a Misántropo de Relatos salvajes, generaban una expectativa mayúscula. Tampoco había dirigido nada para la televisión o el streaming, y las ganas de los fans de Los simuladores, que saben que la serie tendrá su película para 2024, seguro los acercan en manada a las salas.

Y no, no se sentirán decepcionados.

Aunque Misántropo no es el tipo de filme que uno hubiera imaginado como lo inmediatamente posterior a Relatos salvajes, llena de ironías y violencias tamizadas con mordacidad.

Pero el sarcasmo no tiene necesariamente que ser vehiculizado por la risa, la broma o el chiste. Y Misántropo es también, si se lo quiere ver así, una mirada sobre Hollywood, o sobre todo lo que le pasó a Szifron en sus intentos por rodar bajo las premisas de la Meca del cine, El hombre nuclear -proyecto que nunca prosperó- incluido.

Como toda buena película, Misántropo permite ser analizada desde distintas perspectivas. Porque tiene diferentes capas y tamices.

Veamos el principio.

Noche de Año nuevo en Baltimore. Hay gente, por ejemplo, que festeja en pisos aterrazados, en jacuzzis, que viajan en ascensores al exterior, o patinando en una pista sobre hielo. Un asesino serial se encargará de que esas celebraciones no tengan un final feliz, ya que son masacrados. Aprovechando enmascararse en los estruendos de los fuegos artificiales, el misántropo del título irá disparando, y matando, a decenas de personas.

La policía y el FBI
Eleanor Falco, una policía (Shailene Woodley, de Los descendientes, Divergente, Bajo la misma estrella) llega hasta el piso desde donde el asesino efectuó los disparos. Allí, luego, arribará Lammark (Ben Mendelsohn, de Bloodline y Ready Player One), del FBI. Y detectará en Eleanor un “algo”, que lo lleva a reclutarla, en principio como un enlace entre la Policía y el FBI.

Como decíamos, a esta película se la puede ver como la intensa búsqueda y cacería de un asesino serial -de allí el título en los Estados Unidos: To Catch a Killer, o Atrapar a un asesino-. Como fue El silencio de los inocentes, exacto. Una diferencia es el comportamiento y las características del individuo que realiza los asesinatos, que no es el villano de costumbre, o un loquito. Es un misántropo, un tipo que desprecia a la naturaleza humana. Y en el guion, tiene su explicación, en un largo monólogo del personaje.

Porque, también, Misántropo es de los filmes con más texto que haya realizado Szifron. Obviamente hay escenas de acción, que testimonian las matanzas, pero el entramado central pasa por otro lado.

Volvemos sobre lo anterior: también puede verse Misántropo -su director de fotografía es el también argentino Javier Juliá- como un filme sobre las miserias de una institución, como el FBI o la Policía, con los palos en la rueda, los celos, la codicia o la falta de solidaridad. El cuidarse las espaldas antes que el bregar por el bien en común, que sería apresar al asesino, pero con armas… dignas.

Y quien comete estos asesinatos no es un terrorista, como bien explica Lammark, porque nadie se hace cargo de los hechos. Es anónimo.

Así como Hannibal Lecter escudriñaba a Clarice Starling en El silencio de los inocentes, y le daba vuelta como a un guante, Lammark tiene la habilidad de leer entrelíneas a Eleanor. Claro, Lammark es más como Jack Crawford, el jefe de la novata Clarice en el FBI. Eleanor comparte con ella poner sus principios por delante de todo, un tesón inclaudicable y también la inteligencia.

Szifron demuestra su maestría en la construcción de los diálogos, en abrir a algún personaje (Lammark, en su vida privada), y en filmar las secuencias de acción con sorpresa, o con brío. Este es un thriller, pero también, un drama, que tiene algún relajamiento de humor, pero lo importante, lo que trasciende, pasa por otro ámbito.