La nueva entrega de Misión: Imposible no aporta nada nuevo al personaje ni al ambiente de la franquicia, y se aleja definitivamente de la potencia reflexiva del primer capítulo e incluso del lirismo exacerbado del episodio de Woo. El argumento es banal, esquemático y previsible. Los buenos están en su lugar, sin la sombra de alguna ambigüedad, mientras los rusos vuelven a ser un peligro mundial con la complicidad activa de una tercera zona. El director de Ratatouille repite el modelo narrativo y visual instaurado por su antecesor J. J. Abrams. El guión enmarañado no es más que un pretexto para hacer viajar a Ethan Hunt y a su equipo por todo el mundo, olvidando oponerles un villano digno de llevar ese nombre.
Paradójicamente, el paso de Brad Bird desde los dibujos animados hacia una película con actores de carne y hueso (aunque se trate de un universo donde la mayoría de las leyes de la física se pone patas arriba a golpes de efectos especiales digitales) origina un producto deshumanizado en el que los personajes son figuritas maltratadas y poco convincentes. Hunt y sus compañeros parecen avatares de un videojuego en el que cada punto ganado en un ámbito se pierde en el siguiente. Los elementos del lenguaje psicológico insertados para otorgarles cierta humanidad resultan demasiado forzados. Los lugares comunes obligatorios (el traslado de una capital a otra, las persecuciones en coche, los robos sofisticados, la cuenta regresiva nuclear) se realizan con una evidente falta de convicción. La película se sustenta en las cualidades acrobáticas de Tom Cruise, que hace denodados esfuerzos para aparentar la mitad de su edad. Nuestro héroe es una máquina fría como un iceberg, sin emoción ni compasión (ni interés), pero los malos se llevan la peor parte con la chatura y la falta de carisma del villano que interpreta Michael Nyqvist, importado desde la saga Millenium, y el falso charme de Léa Seydoux encarnando a una insulsa femme fatal (ni ella misma cree que puede ser una asesina sanguinaria). Con todo, hay momentos en los que se produce el encuentro entre arcaísmo de la película de acción y el vértigo de la abstracción visual, son escenas impactantes aunque vacías de verdadera emoción.