Pura adrenalina
La cuarta parte de la saga tiene a Tom Cruise superando obstáculos.
Misión: Imposible parece ubicarse en un lugar intermedio entre las dos sagas de agentes especiales que marcaron al género en las últimas épocas, las de James Bond y Jason Bourne. Girando por el mundo como fichas de T.E.G., los espías de estas sagas se caracterizan por su capacidad para sortear todo tipo de riesgos en los sitios visualmente más recomendados por las agencias de viajes. Pero allí donde Bond es fantasía pura y Bourne intenta que el espectador considere plausible lo que le sucede, Tom Cruise y sus muchachos se mueven en esa zona extraña donde lo imposible podría volverse real.
De alguna manera, eso refleja lo que es Cruise como estrella de cine y figura de acción. Con su ritmo frenético (da la impresión de que ninguno de sus músculos sabe lo que es descansar) y su sonrisa magnética/maníaca, con su obsesiva compulsión por hacer él mismo las escenas de riesgo, pretende que el espectador se crea todo lo que él atraviesa. Y lo logra.
Después de Brian de Palma, John Woo y J.J. Abrams (cada uno con un estilo diferente), Cruise se arriesgó con Brad Bird un director que demostró su talento para la acción, pero en animación, con Los Increíbles . Y aquí trae esa energía juguetona, absurda, a una trama que supera todos los niveles lógicos, pero en la que Cruise y su equipo logran meternos de lleno.
Tom es capaz de hacer rebotar piedras contra la pared como si fueran pelotas de tenis, saltar por un edificio de 150 pisos, lanzarse en un auto boca abajo y zafar de una explosión que destruye buena parte del Kremlin. Y Bird y los guionistas le van poniendo trampas en el camino para que las resuelva, como si fuera la encarnación humana del concepto de energía pura: nada lo detiene, nunca.
Aquí su equipo es abandonado a su suerte cuando esa explosión en el Kremlin los hace quedar como agresores de los ahora amigos rusos. Pero ellos saben que el culpable es otro, un tal Cobalt, que quiere hacerse de ojivas nucleares para, bueno, ya saben, desparramar el mal por el mundo con alguna filosofía bizarra propia de algún bloguero delirante.
Pero no importa, la amenaza nuclear crece y Ethan Hunt (Cruise), Jane Carter (la gabysabatiniana Paula Patton), el nerd Benji (Simon Pegg, empezando a repetirse con el mismo chiste) y el recién llegado y misterioso Brandt (el muy requerido Jeremy Renner, que será el protagonista de la cuarta Bourne) van de Rusia a Dubai, de Dubai a India, y así, mientras superan trampas imposibles con gadgets cada vez más rebuscados y originales (prestar atención al cinéfilo “espejo” del Kremlin o a unos muy especiales lentes de contacto).
La trama será casi imposible de seguir con coherencia, pero Bird ofrece generosas secuencias de acción e ingeniosos montajes paralelos que van manteniendo la atención y sorprendiendo (como la persecución en medio de una tormenta de arena) hasta convertirse en la verdadera razón de existir de la película.
Protocolo fantasma está hecha a la medida de Cruise, acaso el actor más cinematográfico de todos los tiempos, uno que entiende que el cine es movimiento puro y hace que su cuerpo sea narrativa, su expresión trama y su sonrisa, felicidad.