Tiempo de definiciones, se estrena la cuarta entrega de la saga de Misión Imposible, y aquellos que amábamos la serie televisiva (1966), ya crecidos, pudimos apreciar, entender y finalmente disfrutar con la versión de Brian De Palma, en 1996, la primera fílmica, con traición incluida.
La segunda, a cargo de hasta ese momento sobrevalorado John Woo, de 2000, con su esteticismo hueco, que luego demostró ser un buen director técnico pero no un autor, lo transformo no sólo por su culpa, el guión no era de su autoría, en una especie de James Bond aburrido a lo que debería haber sido un trabajo en equipo.
A la tercera, de J.J. Abrams, en 2006, no le fue mucho mejor, repetía la formula de la segunda, sólo las presencias de Philip Seymour Hoffman, en el papel del villano, y de la bella Michelle Monaghan, impedían que uno se durmiera en el cine.
El nuevo filme se subtitula, tanto en el idioma original como en su traducción literal, “Protocolo Fantasma”, y es claramente esto, más allá del deseo e intención de los responsables, lo que empieza a definir el producto.
Empecé diciendo tiempo de definiciones. Bien
Según el diccionario de la Real Academia Española: “Protocolo” es una ordenada serie de escrituras, matrices u otros documentos que un notario o escribano autoriza y custodia con ciertas formalidades.
Esto también podría caberle en las formalidades y generales de la ley a un guión de cine, ¿No? Sin entrar en demasiados detalles de lo notarial, etc.
Sí, este protocolo es fantasma, y por las dudas definamos el término en su acepción para los objetos y no las personas, dice: Como aposición indica la inexistencia o el carácter falso de algo.
Por carácter transitivo nos queda que el guión no existe, aunque esto no es del todo certero, hay uno, pero es ante todo un catalogo de lugares comunes además de chato, vulgar, previsible, y lo peor es que en relación al producto en general esto no tiene la menor importancia, podría no haber historia y nadie se daría cuenta, o mejor dicho a los que se interesan en verla lo que menos les importa es ver un relato bien contado.
Tan es sí que si bien el cine como tal acaba de cumplir 116 años, desde su primera proyección el 28 de diciembre de 1895, el tratamiento de salvataje de último segundo no es tan viejo, digamos que los precursores de esto fueron los creativos de la escuela de Brighton hace sólo 110 años. ¿Por que menciono esto? Pues lo que era un gran trabajo de precisión de todo un equipo de personas para logra un objetivo en la serie de TV y en la primera producción fílmica, termina convirtiéndose en una serie de planes que de casualidad pueden llegar a buen termino en el último segundo.
La razón principal es que el filme se define como una prosecución de secuencias con imágenes espectaculares de violencia glamorosa, de esa que excita, tanto sea cuando todo vuela en pedazos Kremlin incluido o cuando el bueno de Ethan (Tom Cruise) esta “colgado” escalando por el piso 130 del edificio más alto del mundo, en Dubai, o cuando persigue al malo, muy malo, en medio de una tormenta de arena, todo porque él es el único que puede salvar al mundo del cataclismo que quiere producir el malvado Kurt Hendricks (Michael Nyqvist).
Esto durante más de dos horas, aburre al extremo y no sólo por eso, digamos que también como en las ultimas dos todo esta puesto para el lucimiento personal de Tom Cruise, que no se luce en este caso por sus capacidades histriónicas, que si pudo demostrar en “Una Guerra de Película” (2008) o en “Colateral” (2004) entre otras, sino por mantenerse tan bien físicamente a sus casi 50 años. Lo demás corre por cuenta del montaje típico de las producciones de acción, a cortes en velocidades extremas, del trucaje, del digital, o de lo que a usted se le ocurra.
Si todavía quedaba, antes de verla, un resquicio de esperanza era por los antecedentes de quien se hizo cargo de la dirección, Brad Bird, quien había realizado joyitas dentro del cine de animación tales como “Los Increíbles” (2004) y, principalmente, “Ratatouille” (2007). El punto era poder corroborar toda su imaginería visual interactuando con actores y escenarios. Algo de esto se cumple, pero la proyección en el sistema IMAX tiene una desventaja, la distancia a una pantalla de ese tamaño no es la mejor, por momentos se pierde la posibilidad de asimilar toda la imagen, y si le sumamos la necesidad de leer el subtitulado la dificultad es aun mayor. Todo esto redunda en confirmar una vez más que Hollywood es una inmensa maquinaria industrial, trituradora de talentos. Más allá de los buenos aportes que realizan el director de fotografía Robert Elswit y la excelente música de Michael Giecchino, siguiendo la melodía identificable de la serie creada por el gran Lalo Schifrin.
Lo lamento por Brad Bird.
Ya fueron nombrados el protagonista y su antagonista, un actor sueco desperdiciado, al igual que Jeremy Renner, como uno de los ayudantes de Ethan, la inclusión de la bella Paula Patton, que poco aporta, y la presencia del actor ingles Simon Pegg, es lo mejor en cuanto actuación y desarrollo de personaje que presenta la realización.
Es, a primera vista, una producción de entretenimiento que no entretiene demasiado, y que no deja de lado la posibilidad de instalar cierto discurso fachistoide, muy del orden de la ideología mesiánica política de George Bush, en que ellos están llamados a mantener el orden mundial.
Cartón lleno.