Su misión, si decide aceptarla
A pesar de llevar cinco iteraciones, hay sólo dos cosas que distinguen a las películas de Misión Imposible del resto del cine de acción contemporáneo: la emblemática composición de Lalo Schifrin y la presencia de Tom Cruise. La serie de por sí ha sido bastante camaleónica. La primera película, de Brian De Palma es el prototípico thriller hitchcockiano con un falso culpable. La segunda, de John Woo es puro cine de acción de Hong Kong. La tercera, de J.J. Abrams, es el punto flácido de la serie, parecida a un episodio extra largo de su show de TV, Alias.
En muchos sentidos la trayectoria versátil de la serie emula a la del propio Tom Cruise, otrora enfant terrible y niño bonito de los 80s, devenido en héroe de acción y galán de la vieja escuela de Hollywood. Hace unos años empezó a reinventarse con Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission: Impossible – Ghost Protocol, 2011) y Al filo del mañana (Edge of Tomorrow, 2014), y ahora con la quinta y última Misión Imposible: Protocolo Fantasma (Mission: Impossible – Rogue Nation, 2015) termina de transmutarse en el mejor tipo de héroe de acción: el que puede sentir dolor, el que tiene sus límites, el que no gana sin esfuerzo.
La analogía perfecta es Jackie Chan. Tanto Cruise como Chan se ponen en desventaja al comienzo de cada escena de acción. Como por sí solos son mejores que sus oponentes, el énfasis está puesto en sobrellevar una discapacidad circunstancial. Siempre empiezan desarmados, maniatados, heridos, desfavorecidos de alguna forma. Tienen que improvisar rápido, pasar de un plan a otro. Mucho queda a la suerte. A lo largo de la pelea se lastiman y ponen énfasis en el dolor que están sintiendo. Y ambos siempre resaltan con orgullo que son sus propios dobles de acción.
La película comienza con el agente Ethan Hunt (Cruise) siendo emboscado en una de las guaridas de la Fuerza Misión Imposible. Es drogado, secuestrado y encarcelado por la organización enemiga “El Sindicato”, pero una agente encubierta (Rebecca Ferguson) le ayuda a escapar. Más o menos a esta altura la FMI es llamada a comparecer por el caos desatado en la película anterior, es absorbida por la CIA y Hunt se convierte nuevamente en un agente prófugo. Ahora tiene que reunir a su viejo equipo (Simon Pegg, Jeremy Renner, Ving Rhames) e intentar desenmascarar a El Sindicato a la vez que elude la cacería de la CIA (encabezada por Alec Baldwin).
La historia del agente prófugo siendo cazado por su propia agencia alrededor del mundo la conoce cualquiera que haya visto las películas de Jason Bourne (o la primera Misión Imposible, para el caso). La diferencia fundamental entre Bourne y Hunt es que Bourne siempre se encuentra varios pasos delante de sus perseguidores, mientras que Hunt tiene que sudar y pelear por cada pequeña ventaja. Cruise – que además de actuar produce – entiende que los héroes menos que perfectos son los que resuenan con el público. Misión Imposible: Nación Secreta además continúa con la veta cómica establecida en Misión Imposible: Protocolo Fantasma y se burla frecuentemente de la mala suerte de Hunt. La parte más graciosa es cuando sus compañeros planean una misión por él, asignándole proezas de las que no está muy seguro poder cumplir, pero es demasiado orgulloso como para rechazar.
Tom Cruise se consolida nuevamente como un excelente héroe de acción inyectado de star power, y la nueva Misión Imposible es tan buena como una película de su género puede aspirar. Su espectacularidad no viene de grandes explosiones ni espejismos digitales, sino del crudo deleite de secuencias planteadas y ejecutadas con inteligencia y un montaje quirúrgico. En una, Hunt y compañía tienen que aplicar ingeniería inversa para resolver un problema que no hace más que agrandarse con cada paso hacia atrás. La mejor de todas es una extensa persecución tras bambalinas en la Ópera de Viena, digna de Hitchcock, en la que la cámara sigue con la mirada a seis personajes distintos y teje una red de víctimas y sus posibles asesinos.
Dicho esto, la película tiene sus puntos débiles. Los malos son bastante insulsos y poco memorables, algo que siempre ha sido un problema con la serie. Y así como hay algunas secuencias brillantes, la segunda mitad de la película flaquea. La famosa secuencia del avión que ha sido el centro de atención de la campaña publicitaria y figura en la mayoría de los posters va y viene en apenas unos minutos al comienzo de la película, antes de los títulos, y no sólo no tiene una resolución satisfactoria sino que no tiene nada que ver con el resto de la película. Desperdiciado lo que debería ser el clímax de la película, el final no guarda grandes emociones. Excepto la posibilidad de que salga Misión Imposible 6.