Recuerdo una vieja discusión en un café de Palermo con unos amigos extranjeros –norteamericanos, más precisamente– hace ya unos cuantos años. Me preguntaron cuál era mi actor favorito de Hollywood y les contesté –un poco exageradamente y para provocarlos, pero no tanto– que era Tom Cruise. Obviamente que no me tomaron en serio, empezaron a reírse y se habrán quedado preguntándose cómo un tipo que piensa eso puede trabajar como crítico de cine. Pero insistí y les expliqué mis motivos. No creo que los haya convencido, pero quisiera creer que al menos entendieron a qué me refería.
Retomo esos motivos porque Cruise sigue siendo muy menospreciado en su trabajo. Creo que Cruise es un gran actor porque pone el proyecto –la película– por delante de sus habilidades como actor, se sabe ubicar al servicio de la historia. No sé si es porque asume que tiene limitaciones en lo que muchos gustan llamar “recursos actorales” (las tiene solo para el que cree que actuar bien es poder transformarse en 50 personas con acentos distintos y sacar a relucir toda su técnica para el aplauso fácil, cual guitarrista de rock que cree que lo único que importa es su solo) o porque tiene que ver con su lógica, su forma de entender el trabajo de hacer cine, de entretener al espectador.
mi5Cruise es de los que “se ponen la camiseta” de los proyectos que encabeza. No hace sus películas “de taquito” ni sobra las situaciones. Tiene talento para la comedia y para tomarse en solfa a sí mismo, y a la vez no se guarda nada cuando la acción se vuelve dura e intensa. Que haga de verdad o no las escenas de riesgo me resulta secundario –tampoco creo que sea una virtud matarse por el cine–, pero en cierto punto refleja esa lógica: lo que Cruise busca es darle credibilidad, garra, tensión a sus películas y a sus personajes. Esa supuesta “falta de recursos” en un punto lo convierte en el lógico representante del espectador en la pantalla: uno logra ponerse en su piel y atravesar las complicadas situaciones que le tocan en suerte. Entiende, claramente, lo que es actuar para cine, lo que significa estar de cuerpo presente en la película y no sobrevolándola como muchos destacados alumnos del Actor’s Studio.
En ese sentido, MISION: IMPOSIBLE fue lo mejor que le pasó en su carrera, como un núcleo sólido al que siempre puede volver. Cruise tomó, veinte años atrás, una célebre franquicia televisiva de los ’60 y la transformó en su personal versión norteamericana de James Bond, al punto que el propio Bond tuvo que endurecerse un poco en las últimas películas en función tanto de los méritos de M:I como de las primeras tres películas de BOURNE, con las que ésta tiene muchos puntos en contacto, al punto que la presencia de Jeremy Renner hace pensar que tranquilamente podría haber sido un nuevo capítulo de esa saga.
MISSION: IMPOSSIBLE – ROGUE NATIONEn manos del muy talentoso guionista y ahora solidísimo director, Christopher McQuarrie (con quien hizo JACK REACHER, un policial clásico, puro y duro, que no tuvo el éxito que se merecía), MISION IMPOSIBLE: NACION SECRETA es menos una película de Bond que un thriller de los años ’70 actualizado a la situación política –y a la tecnología disponible, pero sin exagerar– de esta época. Es una película de espías clásica, de traiciones dobles y triples, de agentes y contragentes, de una trama que es lo suficientemente complicada como para mantener al espectador interesado en ella pero tampoco de esas que obligan a desear estar viéndolas en casa para poner pausa y preguntar qué cuernos está pasando.
De los ejercicios de estilo un tanto más excéntricos y refinados de Brian de Palma y John Woo, la serie se fue volviendo más seca y dura, menos lujosa y más efectiva. Entiendo que aquí también se sintió el “efecto BOURNE” ya que los siguientes directores (J.J. Abrams, Brad Bird y ahora McQuarrie) han decidido seguir por similares y efectivos caminos: MISION: IMPOSIBLE es una combinación de thriller de acción y película de espías –con algunos toques de comedia– cuya similitud estética entre sí en los últimos episodios hace pensar en una especie de “género Tom Cruise”, como si el actor tuviera la decisión definitiva sobre el producto final. De hecho, es probable que así sea.
mission_impossible_El IMF, el grupo al que Ethan Hunt pertenece (y que componen Renner, Ving Rhames y Simon Pegg) es definitivamente cerrado, ya que la CIA duda de sus métodos y del sentido de su existencia, persiguiendo a un “Sindicato” fantasma que no parece ser real, y convence al gobierno de darlo de baja. Pero pronto –tras una escena espectacular que abre el filme en la que Cruise se monta, literalmente, a un avión en marcha– notamos que el Sindicato en cuestión existe y que han hackeado el sistema que usan los miembros del IMF (aquí lo traducen como FMI, pero cuesta ponerlo con esas siglas) para comunicarse sus misiones. Si, ya saben, aquello de “este mensaje se autodestruirá en cinco segundos”.
Hunt queda, al mejor estilo Jason Bourne, fugándose por el mundo, tratando de evitar ser llevado a casa, a un trabajo de oficina. Pero su misión, autoconvocada, es descubrir quienes se infiltraron en su programa matando a una chica inocente y dejándolo en una situación más que precaria. Su única ayuda parece venir de una mujer llamada Ilsa Faust (la actriz sueca Rebecca Ferguson, para mí una revelación absoluta, una mujer de treintaypico que denota inteligencia además de capacidad atlética), quien lo ayuda a escaparse de una muerte segura a manos de sus rivales, pero que nunca termina de definir de que lado está. Esa intriga sostiene lo que es, en definitiva, una larga serie de secuencias de acción y suspenso, increíbles persecuciones y juegos de intriga e ingenio entre muy inteligentes rivales.
Mission-Impossible-Rogue-Nation-Rebecca-Ferguson-StuntsLas “set pieces” son impecables, desde una que sucede en la Opera de Viena mientras tiene lugar la opera Turandot que envidiaría el Hitchcock más clásico hasta una intrincadísima persecución por las calles y autopistas de Marruecos, pasando por una escena de suspenso bajo el agua en la que Hunt debe conseguir un material importante manteniendo la respiración durante mucho más tiempo de lo aconsejable, hasta para él. En cada escena, lo que sostiene la narración no solo es la relación de confianza/desconfianza entre Ethan e Ilsa sino la idea de que todo se trata de un gran juego de ajedrez en el que su rival (el lider del Sindicato, Solomon Lane, acaso el punto menos efectivo de la película, interpretado por Sean Harris como una suerte de versión anémica de Steve Jobs) parece ir siempre un paso adelante suyo. O tal vez no.
Si bien no se trata de una película que pone en primer plano su lectura política, McQuarrie logra –entre persecución y pelea, es un director old-school de los que les gustan que las cosas se resuelvan, literalmente, a las piñas– colar un interesante análisis sobre la lógica de los grandes poderes internacionales y el uso que hacen de las “guerras contra los terroristas” cuando, finalmente, los métodos de unos y otros son prácticamente indistinguibles. Y si bien nadie irá a ver MISION: IMPOSIBLE con ese objetivo, no está mal encontrar en este tipo de productos un guión mucho más inteligente que el promedio.
Junto a la nueva MAD MAX, la película de Cruise/McQuarrie se convierte en la más efectiva y lograda película de acción de una temporada curiosa en ese respecto, ya que tengo la impresión que los filmes más “clásicos”, viejos y potencialmente gastados (secuelas de películas de los ’80 y ’90, como las dos citadas o la mismísima JURASSIC WORLD) terminaron siendo, como productos cinematográficos, mucho mejores que la mayoría de las novedades o sagas aparecidas en los últimos años (sí, me temo que tengo que hablar de la mayoría de los productos de Marvel acá). Acaso es porque gente como George Miller o el propio McQuarrie siguen jugando a un juego que ya parece haber dejado de jugarse: el de confiar en las imágenes, poner en primer lugar la historia y dejar los guiños y efectos al servicio de lo que se tiene para contar. No reinventaron la rueda, pero saben hacerla andar extraordinariamente bien.