El jugador.
La quinta entrega de una saga presupone que en ella se verán signos de agotamiento o al menos algún síntoma de recurrencias que surgen automáticamente; es decir, que no se asoman como recurso. Bueno, nada de eso sucede en Misión Imposible 5: Nación Secreta porque Tom Cruise es -antes que un intérprete- un productor inteligente que se amolda a cualquier actualidad del cine blockbuster pero sin ser condescendiente con él, así es que el director de esta película es Christopher McQuarrie, con quien ya había hecho Jack Reacher, un thriller físico que exponía al actor en su fase más danzarina, mostrándolo en su tope de gracilidad en todo el uso de su cuerpo. McQuarrie no apuesta exclusivamente a esta virtud de Cruise, sino que retrocede en la cronología de la saga para anclarse en sus albores, en hace casi dos décadas cuando Brian De Palma hizo una del Hitchcock más exuberante, sin desentenderse de una narrativa enrevesada que cambiaba a sus personajes de bando y con los motivos del suspenso más clásico: el falso culpable, el muerto que “revive”, etc.
Las vigas estructurales de toda la historia se despliegan, también, como otro lazo que se extiende con el nacimiento de esta franquicia. Así como De Palma planteaba una suerte de clímax bien alto en la primera secuencia de acción, McQuarrie pone al héroe en los primeros minutos a hacer la pirueta más riesgosa (también lo fue para el propio Cruise) y de mayor tensión de la película, porque lo que más importa es la trama de espías en comparación con la fastuosidad pirotécnica que mostraron J.J. Abrams en la tercera parte y en mayor medida John Woo en la segunda. La inmediata secuencia de acción que tiene lugar en la Opera Estatal de Viena, exhala elegancia y un manejo de los tiempos a contra corriente del género, el cual necesita redoblar la apuesta con respecto a la anterior; incluso la saga 007 se ha adosado a la espectacularidad de una falsa modernidad que, incluso, expone los hilos de esas construcciones extraordinarias. También la secuencia, en términos dramáticos, es el acontecimiento disparador de una revolución, a partir de hechos violentos que pueden cambiar el mundo, todo comandado por una organización secreta llamada el Sindicato. Ethan Hunt y otros miembros de la desaparecida IMF buscarán probar, en primer lugar, su existencia y también impedir que cumplan el objetivo de un caos mundial nunca antes visto. La tercera secuencia devuelve esa claustrofobia de la famosa escena en la que Hunt irrumpía en una oficina de la CIA, aquí la variable que se suma es la de un tiempo límite.
El último acto es el que más transparencia expone en su filiación con el cine hitchcockiano porque aparecen estos motivos mencionados sobre personajes que -en apariencia- transitan el bien y el mal sin fronteras, en una suerte de doble carril y también porque se pliega -por carácter transitivo- el cine depalmiano de la etapa más noventosa, es decir el más cínico y obsesionado por la traición. Sin renegar de sus secuelas, Misión Imposible 5: Nación Secreta traza alguna cita con su eslabón anterior y hasta se anima a hacer una lectura meta sobre el universo de estas series de películas y también del personaje de Ethan Hunt. McQuarrie aporta otra dimensión, la que desatará la mayor polémica: una reflexión paródica sobre la agencia de inteligencia MI6 (a la que pertenece James Bond) y por extensión al cine de espías ingleses. La escena en la que se lo representa al Primer Ministro inglés en una interpretación casi payasesca también oxigena, aquí con humor, una saga que al igual que Hunt -ya ni hace falta decir que es el álter ego más cabal de Tom Cruise- gusta de apostar y jugar sin temores.