Por cada Chris Evans o Chris Pratt que surgen cada cinco años y cobran relevancia en el medio de la noche a la mañana, siempre cabe recordar que Tom Cruise estuvo ahí antes y su actividad en el cine de acción parece no mermar. Todo lo contrario, con cada película que lo tiene como protagonista, el nivel de osadía del norteamericano escala una posición más, y la emoción de Cruise por sus proyectos se contagia a la gente que lo rodea. Mission: Impossible - Rogue Nation así lo demuestra, constituyendo una fantástica quinta entrega de una saga que se rehúsa a quedar obsoleta frente a otras grandes franquicias.
Es imposible no caer en las garras del ritmo que plantea Rogue Nation, siendo que comienza con la reconocida música de la serie y que en la primera secuencia antes de los créditos se puede ver ya la tan publicitada escena del avión, con el agente Ethan Hunt colgando de un costado del mismo. Es un momento único que confirma varias cosas al mismo tiempo: que Cruise está loco de remate por filmar sin doble de riesgo, que el actor todo lo hace por su público y que mostrar uno de los aces bajo la manga del film tan pronto no significa que no quede nada para después. La relación de Cruise con el guionista y director Christopher McQuarrie -trabajaron de alguna manera u otra en Valkyrie, Jack Reacher y Edge of Tomorrow- es muy provechosa, de esas duplas que saben que trabajan magníficamente juntas y no decepcionan.
La historia nuevamente tiene los mismos ingredientes, pero agitados de diferente manera. El Sindicato -una megalómana organización que trabaja desde las sombras- es el omnipotente villano, la FMI está en aprietos y a punto de ser disuelta, y el agente Hunt está desautorizado, solo en el mundo y con ansias de destruir a un enemigo que se le escapa en todas las oportunidades. La chance de lograr su cometido es mediante la aparición de un rostro conectado al Sindicato, un hombre rubio, silencioso y letal, y por otro lado la de una misteriosa mujer que no se queda atrás cuando de repartir golpes se trata. De ahí en más, la trama saltará de un continente a otro, de una secuencia de acción a la siguiente y de un giro de guión al próximo, probando en forma fehaciente que estamos frente a una Misión Imposible después de todo.
Sucediendo a J.J. Abrams y a Brad Bird, McQuarrie prueba que está dentro de las grandes ligas con alucinentes escenas de acción bien coreografiadas, que laten de emoción y suspenso, y hasta tienen algo de sensual -la gala de ópera en Viena así lo prueba-. Siendo un año aplastante en secuelas de alto impacto, Rogue Nation comparte mucho con otra sorpresa del año: Mad Max: Fury Road. Ambas toman una saga que se remonta a varias décadas y le insuflan nuevos aires, sin tanto manejo computarizado sino arte de la vieja escuela. Pero mientras que Fury Road es un desquicio de principio a fin, Rogue Nation es un thriller de espías, bien pensado y hasta podría decirse hitchcockiano en algunos pasajes. McQuarrie ha hecho su tarea y el resultado está a la vista. Puede que haya un espacio pronunciado entre una persecución u escena de acción en particular que termina pesando un poco en los 130 minutos de duración, pero se pueden obviar ya que ayudan a fortalecer la narrativa del director.
Como no podía ser de otra manera, Cruise se roba el show con todas sus acrobacias, piruetas y momentos, ya sea colgando de un avión, filmando una escena bajo el agua conteniendo el aire por seis minutos en una toma continuada o luchando mano a mano semidesnudo y sin perder el aliento. Es una proeza que vale la pena pagar para ver una y otra vez. La sorpresa viene por el lado también de la compañía femenina de turno, en la piel de la prácticamente desconocida Rebecca Ferguson. En una época donde el papel de la fémina en peligro se puso seriamente bajo la lupa con la aguerrida Imperator Furiosa de Charlize Theron, la agente Ilsa Faust de Ferguson vuelve a confirmar que la mujer puede tanto o más que un hombre en el terreno de juego. Ilsa es un gran personaje, muy similar a Ethan Hunt ya que están en igualdad de condiciones, y si bien nunca se la toma como un interés amoroso, la química que comparten Ferguson y Cruise es palpable a cada segundo. Hay un gran futuro en el cine de acción para ella y no vendría mal tenerla en cuenta para próximas misiones imposibles.
El resto del equipo está bastante dejado de lado, aunque ayudan remotamente. El alivio cómico de Simon Pegg sigue creciendo minuto a minuto y ahora su Benji está en pleno trabajo de campo y resulta de mucha más ayuda que el Luther de Ving Rhames o el Brandt de Jeremy Renner, totalmente desaprovechado y dejado de lado para lidiar con el sector burocrático junto a otro malgastado Alec Baldwin. Y otra vez más, el villano es uno de los puntos más débiles de las nuevas entregas. Si Ghost Protocol tenía un antagonista de poco peso, el villano de Sean Harris en esta ocasión es un poco más oscuro y en línea con la mitología en general de la saga, pero que a fin de cuentas no le es competencia al equipo de Hunt, por más vueltas y recovecos que tenga la trama para hacer que la balanza está equilibrada.
Mission: Impossible - Rogue Nation es una bomba pochoclera de precisión, que estalla cuando tiene que hacerlo y se lleva consigo el aliento del espectador durante dos horas. Es momento de reivindicar a Tom Cruise por el excelente actor de cine de acción que es, y si dejamos de lado un poco la parafernalia Marvel, el resultado es un cóctel de espionaje ultramoderno que continúa resultando refrescante y se reinventa con cada entrega.