Una luz en la oscuridad
Perfecta. Por donde se la mire. Si las anteriores películas de la saga Misión: Imposible se definían a partir del toque autoral que le imprimía su director, esta Nación secreta es la más astuta de todas. Porque evidentemente Christopher McQuarrie tiene -como realizador- muchos menos pergaminos que Brian De Palma, John Woo, JJ Abrams o Brad Bird, pero es un guionista consumado y ahí es donde esta quinta entrega gana: es que la escritura del film es realmente estupenda, y entiéndase por eso a la estructura sólida que dosifica con inteligencia el suspenso hitchcockniano, la acción espectacular y el humor sutil, logrando que una película de más de dos horas se vaya como un suspiro y nos lleve de las narices fascinándonos a cada momento. Misión: Imposible: nación secreta es esa luz en la oscuridad que alumbra a un Hollywood adormilado en su repetición constante (está hecha del mismo fuego que Ant-Man), como ese fósforo que es ícono de la franquicia y que una vez que se prende tensiona el aire y nos lanza a la aventura.
Esta quinta entrega es la más redonda de la saga, en términos cinematográficos pero también temáticos. Es una especie de resumen-homenaje de las cuatro películas anteriores, recupera la esencia de film de espionaje conspirativo que De Palma había puesto en el centro en la primera pero a la vez contiene esas piezas de acción perfectas de las otras tres, más cercana en su apuesta por el movimiento caricaturesco e inverosímil a la cuarta entrega. Y como si todo esto fuera poco, sobre el final va descubriendo algunas de las cartas que se guardaba bajo la manga, y que tienen que ver con un evidente relanzamiento de la franquicia, con la incorporación de personajes que serán clave y hasta de un enemigo temerario que le aporta mayor solidez al conjunto.
Franquicia, saga. Términos que se relacionan con el cine, pero que en definitiva tienen una mayor importancia desde la producción cinematográfica, espacio que uno relaciona más con el negocio que con el arte: cuando hablamos de franquicias y sagas, hablamos de productos rentables. Es verdad, pero también es cierto que se hace inevitable mirar Misión: Imposible desde la perspectiva del producto, cuando el centro del asunto es Tom Cruise, protagonista y a la vez responsable como productor de que todo esto se lleve a cabo. Cruise, actor injustamente menospreciado, se ha convertido por propia vocación en héroe de acción. Es una decisión llamativa si pensamos en sus orígenes y en buena parte del cine que hizo en los 90’s, pero el tipo le pone literalmente el cuerpo al asunto, siendo tanto protagonista de las inverosímiles peripecias osadamente físicas de su personaje como de llevar el producto y convertirse en el mayor responsable del éxito o del fracaso. Cruise, tanto actor como productor, se ha ido cocinando con una fuerte consciencia clásica, aprendiendo de aquellos que hicieron de Hollywood la mayor factoría de imágenes cinemáticas del mundo. En el riesgo que exhibe al rodar sus escenas de acción sin dobles, recuerda a los grandes cómicos del cine mudo, especialmente porque Cruise convierte cada movimiento en algo endiabladamente lunático y divertido (la secuencia de inicio es realmente maravillosa). Pero también en el modo en que ha ido seleccionado grandes directores para cada película, en cómo construye cada secuencia de suspenso o acción de una forma clásica (Nación secreta es la hipérbole de todo esto), y en cómo piensa cada film a la manera de un gran espectáculo masivo, popular e inteligente, se puede rastrear en Cruise la esencia del Hollywood de antaño. Ese que hacía ilusionar.
Y ya que hablamos de producción, vale la pena acercarse a los pósters de cada película para notar un detalle interesante y fundamental. Si durante los primeros tres films los afiches mostraban a Cruise en primera plano, como protagonista absoluto, en Protocolo fantasma y Nación secreta lo que prevalece es el grupo. El protagonista y productor no sólo limó vanidades, sino que asimiló notablemente el sentido de la serie original, ese donde el conjunto superaba al héroe individual. Y, por qué no, sabiéndose más viejo -y evidentemente más sabio-, a partir del film de Brad Bird Misión: Imposible se ha relanzado, con Cruise abriendo el juego hacia el lucimiento de Simon Pegg, Jeremy Renner, Ving Rhames y a la sorprendente novedad de Rebecca Ferguson, con un personaje fabuloso. Detalles de producción, en definitiva, que terminan diciendo algo sobre el cine y sobre cómo se lo piensa. También, ¿notaron?, Misión: Imposible no viene en 3D, otro gesto old fashioned para destacar. Es que no hay mayor textura en el cine que aquellas emociones impresas con sabiduría y emoción.
Recorrer la cantidad de secuencias memorables que tiene Nación secreta sería muy largo y hasta rutinario, injusto para una película que hace del movimiento y la sorpresa constante su combustible fundamental: pasa de todo, a cada rato. Lo mejor es ir a descubrirlo, despojado de cinismo y dispuesto a disfrutar. Ocurre cada tanto, tal vez un poco menos últimamente, pero hay películas que nos recuerdan el motivo de por qué vamos al cine, por qué nos gustan las películas y por qué nos fascinamos con esas sombras proyectadas en una pantalla. Ahí se produce la maravilla, y Misión: Imposible: nación secreta es ese acto de magia constante.