A esta altura cuesta darle giros nuevos a la saga cinematográfica de "Misión: Imposible", que comenzó Brian De Palma el siglo pasado. En esta sexta entrega hay dos elementos que podrían marcar algún atisbo de novedad: uno es la idea de que la acción prevalezca por sobre lo demás, y la otra son los detalles que marcan cierta tendencia a la falibilidad del espía estelar, Tom Cruise.
Justamente, como indica el título original, la trama surge de una misión que no sale bien al principio de las largas pero nutridas casi dos horas y media de proyección. Hay un demente que cree que, para lograr la paz, debe haber antes una gran destrucción, y desde luego nuestros héroes deben evitar que eso suceda. Para lograrlo destruirán todo a su paso por ciudades como Londres y París, donde hay dos vertiginosas persecuciones bien filmadas. La acción no da tregua, y hay todo tipo de medios de transporte y locaciones urbanas o paisajísticas; también un excelente clímax en la nieve donde tirotearse, perseguirse o trenzarse a patada limpia.
Tom Cruise parece cada vez más decidido a convertirse en un moderno Douglas Fairbanks, e intenta hacer él mismo sus propias escenas de riesgo, que justamente están diseñadas para dar la idea de que el héroe, después de todo, no es otra cosa que un ser humano y puede errar un salto, o ser atropellado cuando corre en moto. Esta conjunción redunda en una buena película de intensa acción, con un guión bastante desdibujado, lo que en casos como este tal vez sea lo de menos.