Sigue saliendo airosa.
Ethan Hunt irrumpió en el cine de acción de los años 90 como una suerte de respuesta americana al británico James Bond, quien acababa de renacer con Pierce Brosnan a la cabeza, tras una década de decadencia marcada por las rasposas últimas cintas de Roger Moore y los fallidos títulos de Timothy Dalton, quien mereció mejor suerte en el rol. Dejando de un lado el material catódico del que parte la saga, Hunt funciona como la versión más física del espía, en comparación con Bond. A diferencia del espía inglés –hasta que llegó Daniel Craig, claro-, Hunt se ensucia las manos, corre sin cesar, y llega más al límite del riesgo. Y, aunque no tenga la elegancia suprema de 007, es suficientemente versátil para mimetizarse en los diferentes contextos. Las dos primeras entregas Misión Imposible, al igual que en Bond, eran autónomas. Eso las convertía en efectivos pasatiempos a los que se le reprochaba una falta de continuidad en el personaje protagonista. Es decir, falta de desarrollo personal en su macrohistoria. No fue hasta que llegó el tercero en discordia, Jason Bourne, que las dos franquicias no se pusieron manos a la obra para reinventarse e intentar aportar algo más de dimensión humana a sus carismáticos protagonistas. Aunque en el Bond de Daniel Craig la continuidad psicológica del personaje ha sido más constante y trabajada, pocos imaginábamos que desde Misión: Imposible III (J.J. Abrams, 2006) encontraríamos trazos que agregarían contenido global a la saga en cada entrega, llegando a su cénit en este sexto film.
Misión: Imposible – Repercusión ofrece una nueva misión para Hunt y su equipo, manchada por las consecuencias de una misión frustrada anterior. Y, en esta nueva premisa, figuras del pasado como la cautivante ¿heroína? encarnada por Rebeca Ferguson vuelven a interpelarle. La gracia de esta nueva entrega es, precisamente, lo etéreo que puede llegar a ser el villano, sin una identidad clara, jugando a la confusión al mismo Hunt y al espectador. En este aspecto, la saga continua con la línea oscura que ya empezaron a marcar desde Misión: Imposible – Protocolo Fantasma (Brad Bird, 2011), mezclándola aún más con la sensibilidad de un Hunt preocupado por sus seres queridos. Así pues, nos encontramos ante la entrega con más dimensión emocional para su protagonista. Este aumento de emotividad, sin embargo, no traiciona para nada al espíritu de la saga.
Afortunadamente, no nos encontramos ante proclamas grandilocuentes en abismos, ni lágrimas al viento, ni efusivos abrazos entre sollozos… Todo está coherentemente medido, insertado en un film de acción que aborda situaciones extremas. Es decir, McQuarrie y Cruise entienden perfectamente que, cuando la vida de su personaje corre peligro, no está para perder el tiempo. De ese modo, consiguen dar verosimilitud y un atisbo de realismo a la multitud de fantasmadas que suceden, imprescindibles y necesarias en toda entrega de la franquicia que se precie. Con todo ello, la película sigue la estela de sus predecesoras, con su notable factura técnica, gran sentido del espectáculo y la diversión, y un guión con estándares de decencia –cosa de la que no gozan la mayoría de los blockbusters hechos en América-, y cierta capacidad sorpresiva (dentro de los códigos de previsibilidad que ya presenta el género). Y, por supuesto, nos brinda otra escena de acción antológica encima de unos helicópteros, tras la acompasada secuencia de la ópera en Misión: Imposible – Nación Secreta (2015) o la escalada al Burj Khalifa en Misión: Imposible – Protocolo Fantasma. Sabe lo que tiene que dar y lo da con solvencia –sin arriesgar mucho, tampoco-, esta vez atando más cabos, en lo que podría ser un broche de oro para la franquicia. No obstante, Tom Cruise sigue en buena forma y es capaz de, tras 20 años desde el inicio, mantener la llama de la saga con frescura y soltura, en un género en el que es uno de los pilares esenciales. Lástima que el cine de acción, con irregulares resultados, le haya absorbido excesivamente esta última década, ya que se echa de menos que aborde otras misiones imposibles, como lo hizo en su día en Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) o Ojos bien cerrados (Stanley Kubrick, 1999). En todo caso, con el agente Hunt siempre podremos hacer una excepción, eso sí, siempre que no se traicione al espectador y al cinéfilo.