En una suerte de secuela de Misión Imposible: Nación Secreta del año 2015, el agente Ethan Hunt (Tom Cruise) debe evitar que una organización terrorista liderada por Solomon Lane (Sean Harris) se haga con un cargamento de plutonio, el cual le permitiría a la agrupación fabricar una serie de explosivos nucleares. Después de un intercambio fallido, en mayor medida porque Hunt decide salvar a su compañero Luther (Ving Rhames) en vez de huir con el cargamento, los malhechores escapan y August Walker (Henry Cavill), agente de la CIA, es asignado para escoltar al protagonista en el rastreo del material nuclear.
Sin dar muchos rodeos a la hora de establecer el conflicto dramático, McQuarrie se enfoca en las secuencias de acción a secas para sumergirnos en logradas persecuciones y peleas cuerpo a cuerpo que acrecientan la adrenalina y el suspenso a cada paso. Lo destacable de estas escenas, además de su impacto visual, es que a diferencia de muchas películas de acción donde predominan los efectos digitales, aquí se jerarquiza el live action, en pos de generar mayor cercanía con lo que sucede en pantalla, potenciado por una banda sonora que nunca resulta excesiva y un montaje sin fisuras que le otorga al filme el ritmo justo, especialmente en el contrarreloj de la secuencia final. En ese aspecto, el filme hace gala de una inmediatez y una constante capacidad para producir sensaciones nuevas en el espectador, logrando que cada nuevo reto en el desarrollo de la misión sobrepase el nivel de riesgo de la situación precedente.
En cuanto a la trama, hay varios elementos típicos del cine de espías, que tienen como consecuencia la revelación de intenciones ocultas por parte de los personajes. A su vez, el carácter episódico de un argumento que cada 15 minutos nos sorprende con algún giro inesperado, hace que la acción fluya de manera continua durante las casi dos horas y media de metraje. Si Tom Cruise no se luce tanto por sus dotes interpretativas, sí lo hace por su destreza física, lo que en definitiva es lo relevante de un filme que busca entretener ateniéndose a las reglas del cine de acción. Con un sólido elenco secundando al protagonista (destacan especialmente Simon Pegg y Rebecca Ferguson como ayudantes de Cruise), McQuarrie teje una red de relaciones entre personajes que evidencia pactos, favores y traiciones por igual, lo que sustenta y justifica dramáticamente la irrupción de la acción pura.
A riesgo de sonar obvio, resta decir que Misión Imposible: Fallout no es una película destinada a la reflexión, lo que sin embargo no va en desmedro de su calidad como producto de consumo masivo en una industria que parece haber olvidado que el entretenimiento reside más en la explotación de los elementos clásicos del medio cinematográfico, que en una cara bonita o en un universo plagado de criaturas digitales.