Un camino para dos
No se suponía que fuera yo quien cerrara la extensa cobertura de este sitio sobre las misiones imposibles. De hecho, fui al que menos le entusiasmó el capítulo correspondiente (el primero, el de Brian De Palma) y en la semana me di cuenta de que al rever la película y encontrarla bastante fallida le había pisado la cola a un tigre, ya que el film tiene un estatuto mitológico entre cinéfilos. También comprobé que no se puede escribir, como lo hice, que “Tom Cruise es un actor bastante malo que a veces da el tono”, ya que Cruise ha sido elevado a una altura de semidiós, aunque menos por el público en general (que se lo toma un poco en broma) que por la propia cinefilia, siempre dispuesta a repetir gestos de otros cinéfilos (en este caso, lo de “Charlton Heston est un axiome“, una frase de Michel Mourlet escrita hace setenta años).
Pero ayer me tocaron el timbre y cuando salí a abrir en medio de la lluvia, una sombra me entregó un paquete a mi nombre. Cuando lo abrí, encontré un pequeño grabador que se puso a andar solo y del que salió una voz distorsionada que decía: “Señor Quintín, esta es su misión si decide aceptarla” y explotó a los cinco
segundos. En medio del humo, advertí que el paquete contenía también una entrada para ver Misión: Imposible: Repercusión, el recién estrenado sexto capítulo de la serie. Y así fue como me dirigí al Cinemark de Palermo, donde vi la película en 3D y rodeado por gente que consumía ingentes baldes de pochoclo. Lo del pochoclo no es una metáfora ni una alusión despectiva: me sorprendí verdaderamente ante la cantidad de consumidores y el tamaño de los recipientes. Al fin comprendí que el ritual del pochoclo no es un complemento de la película sino parte esencial de un tipo de experiencia cinematográfica que Netflix no puede ofrecer.
Mi reseña de la primera Misión: Imposible hablaba de una película a mitad de camino y al ver la sexta (después de olvidar la segunda y omitir la tercera, la cuarta y la quinta) me doy cuenta de que, efectivamente, había un camino y la serie lo terminó recorriendo para consolidarse en un formato que carece de las contradicciones originales. En ese tiempo, Tom Cruise ha encontrado en el personaje de Ethan Hunt y en Misión: Imposible un vehículo perfecto para sus proyectos, así como un director y guionista como McQuarrie capaz de fijarlos, pulirlos y darles esplendor, como si fuera la Real Academia de Cruise. Esta Misión: Imposible es un producto de una perfección difícil de igualar, en la que Cruise da el tono perfecto y se luce como en los mejores momentos que yo le haya visto: Jack Reacher (2012, del propio McQuarrie) y Ojos bien cerrados (1999, de Kubrick), películas que, por otra parte, no tienen nada que ver entre sí. Pero hay que señalar (y en eso creo que lo subestimé ampliamente), que Cruise fue teniendo cada vez más claro el proyecto asociado a Misión: Imposible, así como su carrera cinematográfica en general, en la que eligió correr riesgos más de una vez. Siempre tendí a pensar con Hitchcock que los actores son ganado, pero Cruise demostró que me equivocaba.
Es Cruise, como productor y actor, el factor decisivo detrás de esta brillante sexta parte, perfecta para explotar al máximo a su héroe siempre en movimiento, que corre, salta, pelea, maneja, escala y vuela sin parar durante dos horas y media. Pero la asociación con McQuarrie le da a la película una organización que no es menos importante que la excelencia de las escenas de acción y el uso magistral de los efectos visuales. Misión: Imposible – Repercusión modifica dos constantes del cine popular de los últimos años. Una es que el peso de lo digital en la trama es menor que el de lo mecánico, de lo directamente físico. Las computadoras se usan como una herramienta, no son las que sostienen su mundo de ficción. Son instrumentos como las máscaras, que siguen apareciendo pero ya no son metáforas de nada. En ese sentido, la película es lo contrario de Ready Player One, donde el mundo ha mutado hasta coexistir con el fantasma digital de sí mismo. Y también es lo opuesto al uso de la cultura popular que hace allí Spielberg: ahora, el espectador no necesita de su experiencia como consumidor de películas, series, historietas o videojuegos. Es un espectador renacido, ingenuo, que no ha caído del paraíso. Incluso, de la propia serie de televisión original se toman apenas un par de motivos (sobre todo el indestructible tema musical de Lalo Schiffrin) pero sin que la película necesite de esas referencias, como tampoco necesita de las que hereda de las tramas de las películas anteriores. Este es un modo de hacer cine que no se apoya en la autorreferencia ni el guiño. Si algo desmiente esta Misión: Imposible es la extendida idea de que, a esta altura de su historia, el cine deba apoyarse en la cita, el homenaje, la parodia o el pastiche. Nada de eso importa. No hay un segundo grado al que se le deba prestar atención.
La aproximación de Cruise y McQuarrie es la opuesta al reciclaje. Aunque ningún producto artístico salga de la nada, buena parte de la gracia de Misión: Imposible – Repercusión (de paso, ¡qué título tan malo!) proviene de su frescura para tomar los grandes temas del thriller y rehacerlos. Está claro que Cruise y McQuarrie no inventan las persecuciones a pie, en moto, en coche o en helicóptero, ni las peleas a puñetazos, golpes de karate, cuchilladas o tiros en espacios claustrofóbicos o infinitamente abiertos, ni pretenden que sea original una bomba atómica que va a estallar cuando termine la cuenta regresiva y los héroes deben detener, ni mucho menos el famoso cliffhanger, con el héroe y el villano colgados de un precipicio. Son temas del género, como el duelo a pistola lo es del western. Como los chistes, no se trata de inventarlos sino de contarlos bien, sin caer tampoco en la imitación de narradores previos ni en el guiño que los convierte en ironías para espectador que se hace cómplice de ellas. Está claro que los espectadores han visto muchas escenas parecidas, pero también saben distinguir cuando están hechas con frescura e imaginación o, por el contrario, son el resultado de la rutina o de la cita perezosa.
En ese sentido, cada escena de acción de esta Misión: Imposible es de primera. Y la larga secuencia de la persecución en París es insuperable por dos razones: es de una variedad y una creatividad mayúsculas y, al mismo tiempo, una de las más bellas exhibiciones de la capital francesa que yo recuerde, con la particularidad de estar hecha a toda velocidad. Solo por la sección parisina, la película sería memorable.
Nada de esto sería posible sin la propulsión que el cuerpo en permanente movimiento de Cruise y su dinamismo como productor le imprimen a la película. Pero tampoco sin la fabulosa artesanía de los dobles de riesgo, de los equipos de efectos especiales y de la suntuosidad (nada ostentosa) de la producción en general, que potencia oficios que el cine ha llevado a un desarrollo y una altura extraordinarios y que no dejan de progresar. Hay mucha gente detrás de esta película y la excelencia de su trabajo se nota: la construcción de la película es homóloga con su contenido, porque el trabajo en equipo, importante pilar de la vieja serie, es aquí fundamental en la trama. Y así como en el final hay tres escenas simultáneas de las que depende el futuro de la humanidad, se notan los trabajos al mismo tiempo de distintos técnicos en distintas ciudades que aseguran la multiplicidad y la belleza de los escenarios en Francia, Inglaterra, Nueva Zelanda y Noruega.
En el departamento McQuarrie hay que anotar un guión sin ripios pero complejo y lleno de fantasía, con una galería de personajes de muy buena factura y actuaciones impecables. Empezando por la del propio Cruise, que a los 56 años va negociando la curva de la edad con distinción y sobriedad hasta lograr lo mejor de sí mismo. Incluso con la presencia a su lado de un colega-villano como Henry Cavill, un Terminator que parece el doble de grande y de fuerte. O de Ving Rhames y Simon Pegg, los simpáticos secundarios del equipo IMF, clásica mezcla de comic relief y genio tecnológico.
Pero hay dos factores que organizan Misión: Imposible – Repercusión, los que le dan organicidad y fuerza como ficción cinematográfica. Uno es la presencia de las mujeres en lugares clave de la trama. Todas lucen hermosas, todas tienen una personalidad magnífica y hacen interesante cada escena en la que les toca intervenir: Rebecca Ferguson como la espía inglesa, Angela Bassett como la jefa de la CIA, Vanessa Kirby como la Viuda Blanca, Michelle Monaghan, como la ex mujer de Ethan Hunt son una maravilla y permiten articular todo lo que ocurre. Me gustaría nombrar a una mujer más, Alix Bénézech, que hace de una agente de policía francesa que se encuentra por casualidad en medio del fuego cruzado entre los buenos y los malos. Ella es también muy linda y la escena en la que Cruise le pide en un francés de turista que se vaya porque su vida está en peligro es buenísima. Pero el personaje resulta fundamental porque condensa lo que la película necesita para hacerse coherente y distinguirse de una mera sucesión de imágenes de acción: el lema del personaje de Ethan Hunt es no permitir que mueran inocentes, aun si esto parece necesario para la misión. Al no aceptar daños colaterales, la película se inscribe en lo que es el corazón ético del cine americano: la necesidad de que un principio moral sea la guía de sus héroes. Si Hollywood llegó a ser importante, fue gracias a ese principio ordenador de sus ficciones. Ethan Hunt es un personaje que encarna simultáneamente la energía americana y su sustento ético-religioso. Tal vez el mayor acierto de la puesta en escena de McQuarrie resida en el modo en que muestra siempre pequeño a Cruise en relación con la dificultad de su tarea, un microbio voluntarioso frente a lo colosal del espacio físico y de los obstáculos a vencer.
Es cierto que la película se confunde al final, porque identifica ese costado ético con una ideología política, la de la lucha entre el gobierno americano encarnado en la CIA y las fuerzas de la anarquía cuyo representante es el archivillano Solomon Lane, inspirado claramente en el Unabomber. El parlamento del final, donde Bassett sostiene que Hunt es el sostén de la humanidad porque se preocupa tanto por el individuo como por las multitudes suena en ese contexto como un subrayado innecesario, como si la película dudara de su propio espectador o, lo que es peor, no se tomara en serio el principio que la organiza. Por lo demás, esta es una película perfecta, que debería servir como base para demostrar que el cine no tiene por qué ceder ante la melancolía que él mismo ha engendrado.