El cineasta de las mil vidas y las mil carreras, Ridley Scott vuelve a uno de sus territorios preferidos en MISION RESCATE: el espacio exterior. Allí, donde nadie te escuchará gritar, se nos quedó varado Matt Damon. Por suerte, o más bien porque la tecnología en la ciencia ficción siempre refleja más el presente que el futuro, el hombre consigue la manera para que lo escuchen (lo lean, en realidad) si no gritar, al menos putear, hacer chistes, mostrar sus logros botánicos en el planeta rojo y principalmente, tratar de coordinar una complicada cita para que lo pasen a recoger. Una que ningún radiotaxi ni Uber aceptaría…
MISION… se conecta con la línea de películas de ciencia ficción de Scott, en especial con su primera ALIEN (no tanto con BLADE RUNNER) y su más reciente ¿precuela? PROMETEO. Esta última película –solemne, ingobernable– hacía temer que había perdido la magia para seguir las experiencias de un grupo de exploradores en planetas lejanos, pero MISION… muestra que, con la ayuda de un buen guión, esa magia se puede recuperar. Como en ALIEN, aquí también hay alguien que se queda afuera de la nave espacial en cuestión pero digamos que bastante más tiempo que la Teniente Ripley. Y, como en ese clásico filme, la mecánica entre un grupo de astronautas será central para la resolución del caso, si bien acá en un tono bastante diferente.
Es imposible no relacionar la película de Scott con dos de los éxitos más resonantes de la “ciencia ficción inteligente” de los últimos años: GRAVEDAD, de Alfonso Cuarón e INTERESTELAR, de Christopher Nolan. Entiendo, por los tiempos de pre-producción que demandan estas películas que el proyecto ya estaba lanzado desde mucho antes, pero la coincidencia en poco tiempo de tres títulos con resonancias parecidas es llamativa. Allí donde la película de Cuarón –la más similar, si se quiere– apostaba por una suerte de minimalista ballet poético de movimientos en los que la ciencia y las parrafadas tanto técnicas como “espirituales” estaban contenidas al mínimo, la maximalista y pomposa película de Nolan apostaba por un supermercado sci-fi que quería ser tecnológicamente coherente pero se transformaba en incomprensible, agregándole a eso –con forceps– una saga emotiva y familiar.
the martianLo primero que llama la atención de MISION: RESCATE es su búsqueda de realismo y su apuesta a un relato clásico. Como dirían los norteamericanos, just the facts, ma’am (“solo los hechos”). Casi no sabemos nada de la familia del personaje de Damon y muy poco de la de los otros. No hay revelaciones espirituales o cósmicas a tener en el espacio más que la esperable, aunque no excesiva, descomposición psicológica de alguien que se pasa años ahí. Como Tom Hanks en NAUFRAGO –o cualquier ejemplo que siga la lógica de ROBINSON CRUSOE–, la epopeya de Damon es una de supervivencia gracias al ingenio y a la preparación previa. Es, en cierto modo, una de esas celebraciones del profesionalismo tan caras al cine de la época de oro de Hollywood. Es obvio que todo lo que él hace allí no podríamos hacerlo ninguno de nosotros, pero ninguno de nosotros estamos tampoco entrenados para viajar a Marte.
A diferencia de GRAVEDAD, el hombre perdido en el espacio se comunica con la Tierra luego de un tiempo. Allí es donde aparece un enorme elenco –acaso puesto para sostener dramática y hasta cómicamente la potencial rutina de las actividades botánicas y técnicas de Damon in Space– que incluye a Jeff Daniels aun haciendo su papel de THE NEWSROOM como director de la NASA, Chiwetel Ejiofor y Sean Bean, a quien meten en un diálogo sobre LA COMUNIDAD DEL ANILLO. A ellos hay que sumarle a los astronautas que “abandonaron” al bueno de Matt (Jessica Chastain, Michael “me robo todas las escenas en las que aparezco” Peña y una desaprovechada Kate Mara) y a dos personajes menores que hablan en claro de la necesidad de la producción de cubrir todos los frentes: Kristen Wiig y Donald Glover, dos comediantes que intentan insuflarle momentos de humor a la complicada tarea de encontrar la manera de traer al hombre a casa.
the_martian-620x412MISION RESCATE tiene una estructura narrativa curiosa, episódica. Arranca y concluye con impactantes secuencias de suspenso y acción pero durante gran parte de sus 140 minutos es una película que se dedica a la resolución de problemas específicos, que van cambiando todo el tiempo a partir de los descubrimientos o problemas que se generan tanto en la Tierra como en Marte. Pero Scott logra hacer algo que Nolan no ha podido hacer en sus últimas, archicomplicadas películas: transmitir información mediante la acción. Si bien es cierto que el filme requiere de un alto grado de información técnica que va y viene entre Damon y la NASA, o Damon y sus colegas astronautas, la película nunca se transforma en un Manual para Armar Sistemas de Telecomunicaciones ni una Guía para plantar papas en Marte.
Mediante el recurso de la bitácora, gracias a la precisión y efectividad de las comunicaciones y, especialmente, a la posibilidad de que los datos técnicos estén entrelazados con la acción de manera bastante natural, la película fluye aún con su casi hora y media en la que no hay demasiada acción en términos convencionales. En ese sentido, me recuerda más a APOLO 13 que a muchas de las películas antes citadas: las misiones espaciales como historias que apuestan a que sea la creatividad, el profesionalismo y la inteligencia las que resuelvan problemas aparentemente irresolubles.
Es que la acción en MISION RESCATE pasa, básicamente, por observar inteligencia en acción. Y es un placer ver una película masiva y potencialmente muy taquillera (en Estados Unidos arrancó con récord de espectadores para un estreno de octubre, con cifras curiosamente muy similares a las de GRAVEDAD) que ponga el eje no necesariamente en las destrezas fisicas sino en el uso de nuestra capacidad para resolver problemas en común mediante el ingenio y la preparación. Si bien tiene algunos momentos relativamente emotivos, Scott no apunta a eso –ni a ninguna revelación espiritual–, cortando con bromas todo el tiempo cualquier intento de grandilocuencia emotiva interplanetaria. El final, en ese sentido, es modélico. Sin revelar de qué va, esa cadena de manos levantadas no termina siendo otra cosa que una celebración de la educación, la curiosidad y sí, la inteligencia, para enfrentarse con los problemas que nos presenta el mundo. Este o cualquier otro…