Pura cháchara
‘Misión rescate’ cuenta una historia fascinante que se pierde en el palabrerío científico.
No leí la novela en la que está basada Misión rescate, pero googleando un poco creo entender que en el texto del debutante Andy Weir ya están las virtudes y los defectos que se pueden ver en la película de Ridley Scott, aunque tal vez por la naturaleza del lenguaje cinematográfico en la película los defectos sean más notorios y molestos.
Weir es un programador de computadoras, hijo de un físico y de una ingeniera eléctrica, fanático de Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, aficionado a escribir historias de ciencia ficción. Varias editoriales le rechazaron el manuscrito original de The Martian, entonces lo publicó serializado en su blog. Después lo subió en formato ebook a Amazon por 99 centavos de dólar y llegó al primer puesto. Recién ahí las editoriales le llevaron el apunte y fue Crown la que se lo publicó en 2013 al mismo tiempo que la Fox compraba los derechos.
La historia es fascinante y esa es su mayor virtud, que refleja muy bien la película de Scott. El Ares 3 está en una misión a Marte y una tormenta de viento y polvo obliga a evacuar. El botánico e ingeniero mecánico Mark Watney (Matt Damon) es abandonado por sus compañeros, que lo creen muerto. Pero Watney tiene apenas una herida superficial, y cuando despierta se encuentra solo en Marte, apenas protegido por la base que tiene oxígeno y comida para unos pocos días. Watney no puede comunicarse ni con sus compañeros ni con la Tierra y sabe que, aún si de alguna manera se enteran de que está vivo, una misión de rescate tardaría al menos cuatro años.
Aparentemente la novela de Weir tiene mucha investigación encima y cada hecho y situación es no sólo verosímil sino correcta desde el punto de vista científico. El libro incluso abre con un mapa real de Marte y habría que leerla para ver hasta qué punto la jerga y la data eclipsan a la literatura, o si se trata de una moderna Moby Dick. En la película esta tensión se siente y por momentos sale derrotada.
A diferencia de la película anterior de Scott, la confusa Prometeo, y también alejándose de la solemnidad pretenciosa de la otra gran película del espacio de los últimos tiempos, Interestelar, Misión rescate se propone como una fábula más llana y cordial. En realidad la película a la que se parece -y con la que pierde por goleada- es Gravedad: no hay mitología, no hay vueltas de tuerca, simplemente una historia apasionante que empieza, avanza y termina.
Pero Scott y el guionista Drew Goddard -a quien queremos mucho por haber sido productor de Lost, director de La cabaña del terror y guionista de Guerra mundial Z- no se animaron a despojarse de todo el chamuyo científico de Andy Weir que sólo les importa a cuatro gordos con granos y así la película tropieza en más de una ocasión con diálogos demasiado explicativos que, para colmo, después son repetidos simplificados para mayor comprensión del público. Esto incluye, por ejemplo, que cada vez que los personajes chatean, dicen en voz alta lo que están escribiendo: escenas que resultan, al menos, ridículas.
Después del estreno de Gravedad, el astrofísico Neil deGrasse Tyson “denunció” todas las inexactitudes científicas de la película. El director Alfonso Cuarón dijo que le parecían irrelevantes. Hacia el final de Misión rescate, hay una escena que parece calcada de Gravedad. No es casualidad que sea la mejor escena de la película, porque debajo de toda esa cháchara erudita está el drama potente de una historia buenísima protagonizada por un personaje vital y bien delineado que no necesitaba verdad sino verosimilitud.