Todos para uno
Náufrago, 127 horas, Gravedad: desde hace unos años, al cine de Hollywood le viene atrayendo la epopeya de personas comunes enfrentadas a la soledad y la capacidad para sobrevivir lejos del mundanal ruido y las comodidades de la vida moderna. En este caso, la figura carismática con la que se busca generar empatía no es Tom Hanks, James Franco o Sandra Bullock sino Matt Damon, y el ámbito en el que el protagonista es dado por muerto y abandonado, el planeta Marte. Allí, este Robinson Crusoe con escafandra deberá poner en juego sus conocimientos y habilidades para proveerse alimento suficiente mientras espera que en la Tierra hagan algo por él.
La excusa es aceptable para ofrecer un divertido film de suspenso y aventuras en el espacio, afortunadamente sin agregar flashbacks con recuerdos de la vida previa del joven astronauta ni actitudes de heroísmo exaltado. Salvo las explicaciones y discusiones de rigor entre los entendidos, todo es muy simple –incluso aniñado– en Misión Rescate, con la historia transcurriendo límpidamente y personajes sin pliegues. Durante algo más de dos horas, Ridley Scott (1937, South Shields, Inglaterra) echa mano a un clasicismo narrativo y estético que lo aleja bastante del frío formalismo de sus primeras y más recordadas películas (Los duelistas, Alien, Blade Runner), evitando banales torsiones habituales en colegas suyos interesados en la ciencia ficción, como Christopher Nolan. En un mundo artificioso y mecánico como el de los viajes espaciales, destinar miradas emocionadas al crecimiento de una planta, o hacer de un tenso encuentro en el espacio una suerte de danza –tal vez la secuencia más bella e inquietante del film–, son aportes que se agradecen. Lástima que parezcan inevitables las canciones decorativas y las bromas entre los personajes (una y otra vez con una taza en la mano), que los actores deban limitarse a tics gestuales registrados en planos breves, que se siga recurriendo a los gritos y aplausos eufóricos ante los éxitos en las gestiones de rigor, y que no pueda evitarse cierto exitismo en el desenlace.
Bien puede decirse que Misión Rescate es convencional pero eficaz. Sin embargo, revela un problema nada menor: aunque transcurre casi en su totalidad –montaje paralelo mediante– en dos únicos espacios (Marte y las dependencias de la NASA), no permite advertir demasiado la insondable profundidad y el silencio que, se supone, reinan en el espacio. Grandes extensiones de tiempo y de distancia, así como estados de angustia y reflexión, se diluyen para favorecer el entretenimiento puro y duro. Del mismo modo, aunque la película da a entender que todo el mundo está pendiente del destino del pobre Mark Watney (Dammon), sólo ingleses, chinos y obviamente estadounidenses se muestran en las calles, preocupados por el caso: el resto del mundo permanece olímpicamente fuera de campo.
Esa predisposición a ver lo que hay más allá de las estrellas antes que lo que ocurre en algunas zonas del propio planeta Tierra, conduce a un interrogante que se desprende de películas como ésta o Rescatando al soldado Ryan (1998, Steven Spielberg, en la que Damon también debía ser rescatado): ¿por qué todos para uno y no todos para todos? En Misión Rescate, junto a los seres sujetos por un frágil cordón a esas naves-juguetes en la negra inmensidad, flota la inquietud: por qué en el país del Norte conmoverá tanto la salvación de un hombre, mientras se acepta con indiferencia una vocación por la violencia que trunca la vida de tantos otros, propios y ajenos.