En los primeros minutos de Misión Rescate (The Martian) se plantea el tópico que funcionó como disparador a gran parte del cine de Ridley Scott. La cámara nos delinea el ambiente de la misma forma que otros directores lo hacen con sus personajes. Este paisaje se presenta inmediatamente como un otro deliberadamente extraño en relación a los personajes. El espacio no es, entonces, el lugar donde habitan los personajes, sino más bien, una entidad que ejerce una fuerza colonizadora sobre ellos. Los lugares del cine de Scott desafían a los que lo habitan a adaptarse o morir y esa adaptación no siempre es feliz o siquiera orgánica.
Así como en Blade Runner, luego de ver la magnitud de la arquitectura futurista, se nos presentaba en contracampo a un Rick al que casi puede olérsele el aliento a alcohol, empapado y anclado por su vestimenta a un extraño pasado que conscientemente no deseaba abandonar, en Alien atravesábamos, atados a la cámara, la fuerte seguridad de las compuertas de una nave para encontrarnos con los tripulantes del Nostromo en todo el esplendor de la vulnerabilidad humana. En Misión Rescate, esa tensión del ambiente intentando apoderarse de los personajes y no al revés, se ve desde la secuencia inicial.
Sin embargo, la torpeza en la puesta formal de la secuencia hace que de esa presencia y reconocimiento inmediato de las características que hicieron de Scott uno de los mejores directores a la hora de trabajar la ciencia ficción, se nos revele, en realidad, la ausencia casi total de esas mismas particularidades. Mientras más reconocemos la cámara de Scott, con mayor profundidad entendemos que a lo largo de los años perdió algo que lo alejó de aquellos films tan pregnantes para el imaginario cultural. No es sólo el hecho de que en sus últimas películas el director haya optado por invertir esa relación personaje-entorno, es más bien, lo que esa inversión le hizo a la relación campo-fuera de campo (desplazamiento enunciativo de aquella otra). Que a Misión Rescate le cueste tanto sostener a Matt Damon en pantalla durante el metraje, que necesite de tantos recursos simplistas para hacerlo (diegetizar los pensamientos a través de la grabación de bitácoras por ejemplo) no tiene que ver con una actuación poco sólida o una floja construcción del personaje sino, más bien, una pobre construcción de ese entorno hostil al que recurre sólo cuando el guión demanda una acción dramática de relevancia.
El problema de Misión Rescate es la decisión de disfrazar los tecnicismos científicos de acciones dramáticas.
El principal problema de Misión Rescate es la decisión de disfrazar los tecnicismos científicos de acciones dramáticas. Esto hace que, por momentos, le cueste mucho salir del tedio. El acento en Misión Rescate esta puesto en el aislamiento y en la soledad del personaje principal, sin embargo, el montaje alterno generando una conexión continúa con la Tierra no ayuda a darle a ese aspecto la densidad necesaria. Cuando el film anuncia esa conexión el final se hace previsible, no porque se convierta en una historia varias veces contada sino porque se evidencia que el peligro que acecha al astronauta nunca tuvo la profundidad que requería. Estos problemas en la construcción están dados por la dirección. El guión, firmado por Drew Goddard, tiene varios elementos interesantes que empiezan a destacarlo como autor, tiene relaciones tanto con su trabajo como director como con el de productor, pero esos elementos están organizados con nexos poco sólidos que no les permiten obtener la jerarquía necesaria. La sensación final, a raíz de esto, es que la obra, a pesar de esbozar varios temas posibles, termina redundando sobre un único aspecto durante sus casi dos horas y media de duración.
Misión Rescate le termina aportando muy poco al género y menos aún a la carrera de Ridley Scott, cuya perdida del pulso narrativo y cohesión entre los elementos que propone trabajar resulta cada vez más llamativa.