The Martian, El Marciano o - lamentablemente - “Misión Rescate”, es una historia de supervivencia y optimismo. Entusiasta de la nueva oleada de ciencia ficción moderna que busca representar increíbles epopeyas apoyándose en hechos de la ciencia, Andy Weir (su autor), sólo tenía el antojo de escribir un relato tan entretenido como verosímil. Tras subirlo a su blog, algunos lectores lo pidieron en formato descargable, luego otros recomendaron cobrarlo uno o dos dólares y finalmente se terminó convirtiendo en un suceso editorial en veintiocho países y engendró una película donde ni más ni menos que Ridley Scott dirige a un grupo selecto de los mejores actores de la pantalla grande a través de dos generaciones.
Oportunamente esta historia de éxito se traslada de una manera curiosa a la propia ficción. Luego que una misión a Marte se viera afectada por una tormenta imprevista, el grupo de astronautas de turno se ve obligado a abandonar el planeta rojo, perdiendo a uno de sus tripulantes en el proceso, o al menos eso es lo que creen durante la tormenta. Presentando el conflicto de manera tan escueta como lo estoy haciendo en este análisis, de ahí en más tanto el libro como la película pasan a ofrecernos un deleite de horas de ciencia bajada a tierra a través de un filtro humorístico ingeniado por Matt Damon, un Paenza de sonrisa hollywoodense que no pasará a la historia por este papel, pero sin duda alguna da una pequeña clínica de actuación.
Porque si hay algo que debo recomendar es que aquellos que estén interesados en la premisa, hagan el inusualmente inverso ejercicio de primero ver la película y luego recurrir al material original. Por más caprichoso que pueda parecer el orden sugerido, la realidad es que por más que sean la misma obra, la película y el libro se complementan de una manera poco común, invitándonos a consumir ambos formatos con la misma satisfactoria recompensa. Los puristas literarios estarán contentos de saber que la adaptación es incomparablemente fiel y que inclusive se permite construir por encima de algunos conceptos presentados en el libro, amigando al espectador con la premisa. Basando en ciencia dura todos los pormenores de estar atrapado en Marte, la película triunfa en presentarnos todos aquellos objetos que al estar basados en equipamiento real de la Nasa, no funcionan cuando se los libra a la simple imaginación. Asesorado por la agencia espacial, cada paso dado por Matt Damon en la gravedad reducida del cuarto planeta a partir del Sol, cuenta con la firmeza de estar construyendo el documental de algo que aún jamás sucedió.
Pero no está sólo en Matt Damon la clave de toda la película, ya que el casting en general no podría haber sido mejor. El desafortunado astronauta es descrito como un payaso que sirve más como lubricante social en las misiones de largos años, que como botánico necesitado, siendo el eje interpersonal de su misión y un alivio para el espectador que sea él quien quedó varado. Cualquier otra persona hubiera recurrido a la salida fácil donde el astronauta Mark Watney elige apelar a su propio buen humor, como a su vez cada actor de soporte cumple una función estrategica a la historia en la piel de su personaje, como si de especificas piezas de ajedrez se tratara. Y este es otro motivo clave donde la película triunfa por sobre el libro. Interesante como puede llegar a ser el funcionamiento de una misión espacial, la versión escrita carece de cualquier tipo de emociones. Watney tiene que lograr cultivar comida en marte para no morir de hambre. Explica cómo a través de botánica avanzada puede conseguirse. Acto seguido, cuenta con más de 500 plantas de papas. Fin. En cada momento que el libro cae en lo gélido de la ciencia, la película lo recalienta con la impronta de los actores. Cuando el personaje es herido en el libro se cura, en la película lo sufre. Cuando en el libro el personaje logra una comunicación interplanetaria sin ningún tipo de antena, pasa a su próxima tarea, pero en la película se emociona. Ridley Scott, director no ajeno a las emociones humanas, consigue aportar el factor emotivo a la ecuación científica, dotando de un color que esta nueva tendencia a la hyper-comprobabilidad de datos no podría conseguir por sí misma.
Cuando salgan del cine emocionados por ver un pantallazo al futuro e interesados por algo que jamás les había llamado la atención, pueden recurrir al libro. Gracias a una economía de recursos y una traducción de lenguajes bien aplicadas, el largometraje no tiene tiempo ni manera de describir las herramientas necesarias para crear agua a partir de la cocción de moléculas de oxígeno e hidrógeno, mientras que el libro lo hace de una forma locuaz e interesante. Es una suerte de simbiosis donde volviendo a compararse con la misma obra, la película es la personalidad apasionada y divertida del personaje, mientras que el libro es todo su conocimiento acerca de ciencia.
Sabiendo que Hollywood funciona a base de finales felices, es difícil intentar adelantarse a una historia que se rige por los parametros de un género en pleno florecimiento. Aún así, a lo largo de las dos horas y media que dura el espectáculo, encontraremos un guión casi de manual que catapulta el ingenio del autor, la perspicacia de los actores y el ojo del director, como pocas veces se puede observar en la ciencia ficción. Este año, Misión Rescate es a la verosimilitud científica lo que Mad Max es a la fantasía rabiosa y ese es tan sólo uno de los motivos por los que no deben perderse esta historia en pantalla grande.