No soy de aquí, ni soy de allá
Tras un parate profesional de dos años Richard Gere vuelve a hacerse presente en la cartelera porteña con Misión secreta, un thriller de espionaje tan entretenido como discreto que en su país de origen sólo cosechó críticas negativas. Pero así son los colegas del hemisferio norte: redimen bodrios y entierran películas que no siempre lo merecen. Misión secreta es la opera prima del cotizado libretista de Hollywood Michael Brandt (El Tren de las 3:10 a Yuma, Se busca) quien junto a su habitual socio Derek Haas también se ha encargado de escribir el guión. En general no ha hecho un mal trabajo pero algunas decisiones arriesgadas sobre la información que se le brinda al espectador quizás lo hayan perjudicado más de lo esperado. Es un producto no particularmente brillante que ganará puntos al trasladarse al ámbito doméstico: por sus características la pantalla chica le sienta mejor que la grande.
Richard Gere, siempre atlético y pintón aún a sus sesenta y pico de años, entrega en este filme uno de esos roles ambiguos que tan bien le salen. Su papel del espía retirado de la CIA Paul Shepherson entra en perfecta sintonía con algunas de sus actuaciones más recordadas (Sospecha mortal, Justicia a cualquier Precio, Corresponsales en peligro), aquellas en las cuales los dobleces morales de sus criaturas sacuden un poco la modorra. La historia de Misión secreta da cuenta de la persecución a un reaparecido asesino ruso apodado Cassius que encabeza Shepherd junto al más joven agente Ben Geary (Topher Grace). El asesinato de un senador con el modus operandi de Cassius obliga al Director de la CIA Tom Highland (Martin Sheen) a sacar del ostracismo a Shepherd que descree de la identidad del responsable. Y motivos no le faltan: él mismo asegura haberlo matado un cuarto de siglo antes. Del argumento no conviene adelantar nada más para no revelar detalles esenciales para el desarrollo de la trama. Que, aclarémoslo de entrada, es previsible como pocas pero, de todos modos, se sigue con interés gracias al oficio de todos los profesionales que colaboraron con Brandt: el montaje, la fotografía y la banda sonora son realmente de primer nivel.
Durante los primeros minutos de película nos ponen en situación sobre el estado de la política exterior de los Estados Unidos (no olvidemos que esto es ficción, no un documental). En una entrevista para la TV. el senador por Nueva York Morris Friedman asegura que debido a la obsesión con Medio Oriente se ha descuidado a un país como Rusia que ha vuelto a las andadas con el lanzamiento de un programa nuclear. Cuando se le retruca a Friedman que sus declaraciones sólo responden a la necesidad de conseguir un presupuesto para el senado, éste redobla la apuesta aseverando que en la actualidad Rusia tiene diez veces más agentes infiltrados en suelo norteamericano que durante la Guerra Fría. Y esta aparentemente temeraria réplica tendrá su argumentación a lo largo del filme dejando plasmada aquella famosa letra de Facundo Cabral que rezaba: “No soy de aquí, ni soy de allá; no tengo edad, ni porvenir…”. Tampoco es nueva la premisa del agente durmiente que es activado quizás muchos años después cuando ya ha formado una familia y debe forzosamente abandonar a todos sus seres queridos (pues ha aprendido a amarlos) para cumplir con sus obligaciones para con su país natal.
Misión secreta reincide sobre esta temática sin grandes alardes de nada. La dinámica entre Gere y Grace es creíble, hay escenas de acción competentes, momentos de tensión razonables y un final con una vuelta de tuerca no muy inesperada que sin embargo no decepciona. El elenco es variado: Martin Sheen, Stephen Moyer (el vampiro Bill de True Blood), Tamer Hassan, Chris Marquette, la bella Odette Yustman y la más bella aún Stana Katic (Castle) cumplen roles breves pero bien matizados. La desafortunada idea de desenmascarar al asesino ante el público apenas media hora después de iniciada la cinta le cuesta caro a Brandt. Con ese dato jugando a su favor Hitchcock se hubiese hecho una fiesta. Las botas del Maestro nunca fueron tan grandes, amigos. Brandt no da la talla ni rellenándolas con bolitas de papel…