Una que sepamos todos
Cuando una película de espionaje revela su predecible vuelta de tuerca en el mismísimo trailer, y a pesar de eso trata de sostener esa supuesta incógnita, estamos en problemas. Después, hacia el final, habrá una remanida segunda vuelta que afortunadamente no fue revelada antes, pero aparece demasiado tarde para sostener el interés minado por esa primera revelación y por un verdadero festival de lugares comunes (agente ya retirado y experimentado debe volver a revisar un último caso y para ello se verá obligado a convivir con un novato tan ingenuo como prometedor). Richard Gere pone todos sus mohínes de siempre al servicio de sostener lo insostenible. Hay algunos disparos, pero los agujeros principales son los de la trama.