El talentoso director de El gran pez y Sombras tenebrosas construye un fascinante espectáculo visual, aunque por momentos con demasiados elementos acumulados.
Tim Burton es uno de mis directores favoritos de todos los tiempos, figura fundamental de mi formación cinéfila en las décadas de 1980 y 1990. Sin embargo, más allá de algunas notables incursiones en el cine de animación, hace ya bastante tiempo que una película suya “con actores” no me parece una obra maestra. Es cierto que -con la excepción de El planeta de los simios- todos sus films tienen hallazgos, grandes momentos y entretienen, pero a esta altura creo que ya nunca volveremos a ver al Burton de El joven manos de tijeras y Ed Wood.
Es como si aquella etapa más artesanal (que reaparece en parte en sus producciones animadas como El cadáver de la novia o Frankenweenie) hubiese sido suplantada por otra dominada por los grandes presupuestos y la catarata de efectos visuales. Por supuesto, Burton sigue teniendo muchas ideas estéticas y narrativas que lo destacan frente a la mayoría de sus colegas, pero sus películas a esta altura se admiran antes que disfrutarse con genuina emoción, son más espectaculares que sentidas, sus universos fantásticos tienen más de diseño que de humor y sensibilidad.
En una línea que tiene varios puntos en común con la de Alicia en el País de las Maravillas, esta transposición del best seller publicado por Ransom Riggs en 2011 a cargo de Jane Goldman (guionista de Kick-Ass, La dama de negro y varias películas de los X-Men) combina elementos que remiten a esa saga de los mutantes, a Harry Potter (la comunidad de chicos “diferentes” en una suerte de refugio/colegio), a la genial Hechizo del tiempo (hay un loop que hace que el mismo día se repita una y otra vez durante 70 años) y a recursos clásicos del cine fantástico como el viaje en el tiempo (desde la actualidad hasta 1943 y viceversa). Frankenstein, Las crónicas de Narnia y Mary Poppins son otras de las múltiples referencias parciales de este film decididamente voraz.
La primera hora de Miss Peregrine y los niños peculiares es notable porque Burton se toma todo el tiempo necesario para describir el presente de Jake (Asa Butterfield, el Hugo Cabret de Martin Scorsese, que pasó de niño a adolescente), un muchacho de 16 años que vive en Florida y mantiene una relación decididamente disfuncional con su padre Frank (Chris O’Dowd) y otra muy cercana con su abuelo Abe (el imponente Terence Stamp). El anciano -al que muchos creen demente- alcanzará a contarle antes de morir sobre un universo muy particular. Hacia allí -más precisamente la Gales de 1943- se dirigirá Jake con la compañía de su patético padre. Lo que el protagonista encuentra en principio es un orfanato victoriano arrasado por las bombas de los nazis, pero pronto descubrirá allí a Miss Peregrine (el rostro perfecto de Eva Green) y los niños peculiares (un genio inventor, uno directamente invisible, dos de apariencias fantasmales, otro que tiene abejas en su interior, una que es capaz de elevarse y flotar, y así...).
Pero ese día siempre imperturbable que todos disfrutan (Jake tiene incluso tiempo de enamorarse de la rubia Emma) se verá amenazado por la llegada de Barron (un villano con todas las exageraciones propias de un Samuel L. Jackson desbocado) y desde allí la película se vuelve cada vez más adrenalínica, confusa, caótica, llena de escenas de acción en mundos submarinos, barcos, parques de diversiones, circos y un largo etcétera. Nunca deja de ser vistosa y fascinante, pero en su afán de acumular y estimular ese visionario director que es (¿fue?) Burton pierde un poco el rumbo y termina siendo un artesano más al servicio de los grandes estudios y de un blockbuster de consumo familiar, aunque -claro- se permita regalar referencias a casi todos sus trabajos previos.
El elenco está lleno de figuras (algunas logran lucirse como la terapeuta que interpreta Allison Janney; otras lucen desaprovechadas como Judi Dench) y algo similar pasa con los múltiples recursos (técnicos, económicos, artísticos) que dispuso el director. Es justamente en ese exceso y en la falta de solidez de la segunda mitad donde Miss Peregrine y los niños peculiares pierde parte del capital acumulado en la primera parte. De todas maneras, aunque extrañemos al mejor Tim Burton, sigue siendo un cine que todavía mantiene en buena medida su capacidad de seducir y subyugar.