“Un abusador de la imaginación”
Sustentada en la relación de un abuelo de Terence Stamp siempre elegante y su nieto, el film Miss Peregrine y sus niños peculiares se lanza a una serie de batallas y aventuras entre niños buenos con poderes y sus enemigos con otros poderes.
¿Cuándo desfallece un artista? Cuando su apellido deja de ser tal para convertirse en marca, sin que él haga nada para impedirlo. García Márquez, a la altura de El amor en los tiempos del cólera. Salvador Dalí, explotándose explícitamente como producto para llenarse de oro, a partir del momento en que se convirtió en celebridad. Louis Armstrong, al aceptar el rol de cantante melódico de vozarrón excéntrico y dentadura XL. Fellini, Almodóvar y Brian de Palma, en el momento en que se rinden ante los modismos de lo felliniano, lo almodovariano y lo depalmiano (en La ciudad de las mujeres, Todo sobre mi madre y Femme fatale, respectivamente). El riesgo de la marca en el orillo estuvo presente desde el minuto cero en la obra de Tim Burton, en tanto lo suyo siempre pasó por el desborde imaginativo, el derroche icónico y la extravagancia visual. Ese riesgo se venía acentuando en los últimos tiempos, en la misma medida en que su cine tendía a adelgazar en términos de verdad humana. La cosa alcanzó una sima en su versión de Alicia, se recompuso con la injustamente subvalorada Sombras tenebrosas, Frankenweenie y Big Eyes y ahora vuelve a patinar con Miss Peregrine y los niños peculiares, una película casi tan vacua como la basada en Lewis Carroll.
“Este Tim Burton es un abusador de la imaginación”, comentó a la salida de la privada, con desarmante agudeza, el mítico Luis Pedro Toni. Imposible ser más exacto. Basada en una exitosa novela escrita un lustro atrás por un blogger neoyorquino llamado Ramson Riggs, Miss Peregrine… se sostiene, en principio, sobre una típica relación de afecto entre abuelo (Terence Stamp, elegante hasta cuando está loco, convaleciente y paranoico) y nieto (Asa Butterfield, el chico de La invención de Hugo, de Scorsese). Se hace presente aquí el tópico del abuelo como aventurero romántico, con padres pragmáticos como fetas del sandwich. Siguiendo un encargo de aquél, Jake, el chico, va a parar a Gales en 1943, donde en el mes de setiembre se produce un bucle en el tiempo, que hace que éste se repita sin cesar. En ese bucle, Jake dará con la Miss Peregrine del título (Eva Green, que como todas las actrices de Tim Burton es su actual pareja), que protege a los niños peculiares que este muchacho Riggs parece haber concebido mientras miraba las películas de la serie X-Men. A ellos los quieren destruir unos malos provistos también de poderes (como mutantes buenos y mutantes malos) y liderados por un Samuel L. Jackson con pupilas blancas y cabellos también blancos, que le dan aspecto de zombie haitiano.
Hay muchos combates fantásticos entre los chicos y los malos, que se llaman “huecos” (y se alimentan de ojos humanos) e ymbrynes (la zoología fantástica hace pensar en Harry Potter), un montón de efectos especiales y un modo de construcción por acumulación, en el que un signo tapa a otro y lo mismo sucede entre escenas, imágenes, personajes y actores (Judi Dench, el reaparecido Rupert Everett, Allison Janney), de modo que todo tiende a perderse en el montón. El abuelo lega por ejemplo al nieto un volumen de Ralph Waldo Emerson, dando a pensar que eso tendrá mucho peso en la formación de Jake. Y sin embargo no. El nombre de “huecos” de los malos es una autorreferencia involuntaria tan evidente que se comenta sola. El abuelo es de origen polaco, y en algún momento el padre de Jake comenta, desde su racionalismo, que esos chicos peculiares de Segunda Guerra a los que aquél se refiere no son niños con superpoderes, sino otra clase de infantes, obligados al exilio. Lo cual permitiría abrir una rica vertiente comparativa entre la dura realidad de la ocupación polaca y la fantasía desbocada. Pero no, nada de eso. Ocupado en burtonismos, a Tim Burton no le da aquí para llegar hasta ahí.