UN TIPO CON IDEAS
Con la desaparición de los emos, o mejor dicho, con su llegada a la adultez, Tim Burton ha perdido el grueso de su hinchada. Ya no se ven, como hace algunos años atrás, hordas de niños y niñas pálidos de aspecto amenazante y a la vez sensible, que invadían cines y librerías al grito de “¡la estética de Tim Burton me representa! ¡Helena Bonham Carter al poder! ¡Johnny Depp es mi López Rega!”. Bueno, en realidad esto nunca ha sucedido (espero) pero la exageración vale para expresar un sentimiento personal: al igual que con Woody Allen, Tim Burton es un cineasta mucho más tolerable (de hecho interesante y relevante) cuando nos alejamos de sus defensores acérrimos y lo podemos discutir un poco más seriamente.
Si se tiene alguna noticia sobre la novela de Ransom Riggs, El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, es fácil intuir que estamos ante una historia para Burton, un recipiente en donde volver a introducir sus temas y donde insertar su archiconocido y reconocible estilo visual. Miss Peregrine y los niños peculiares es sobre un orfanato regido por (otra vez) la señora Peregrine (Eva Green) y que alberga niños de todas las edades con capacidades fuera de lo común adquiridas por cierta alteración genética. Olvidemos que la premisa es exactamente la misma que la de X-Men, y profundicemos un poco en el cuento; este Hogar que, genéricamente hablando, es esa extraña mezcla de memoria emotiva imperfecta y fantasía a la que todos llamamos niñez, es también el punto de inflexión en la vida del protagonista Jake (Asa Butterfield), el lugar donde se cerrará al paso de la adultez o donde se abrirá a la fantasía absoluta y real. En un movimiento spielbergiano, Burton nos lleva por el segundo camino.
La primera hora de la película es una excursión al universo burtoniano: todo está allí, claro y en su justa medida, funcionando como un mecanismo aceitado, porque desde un primer momento la narración fluye. El catálogo es el típico y predecible: personajes extraños y entrañables como el abuelo Abe interpretado por Terence Stamp; la presentación de la realidad como un marco aplastante y decadente, y de la fantasía como un lugar luminoso y lleno de posibilidad; el humor negro por momentos entrañable, por momentos incómodo, aunque siempre efectivo; y también el siempre extraño sentido de la moda, y la presentación del acento inglés como si fuera un extraño idioma antiguo.
Ahora bien, el buen andar rítmico de la narración por momentos se detiene cuando los personajes tienen que explicar en largas líneas de diálogo las vicisitudes que tienen que ver con la lógica interna planteada en el material original. Es decir, una serie de nombres, mecanismos y arbitrariedades que vienen al caso desde el contenido pero que a veces resta más de lo que suma a la historia. Como quien cuenta un chiste interno a un sujeto externo. Sin embargo, lo que más daño le hace al resultado final de la película es la floja ejecución de las secuencias finales, lo confuso que es el plan final para derrotar al villano y lo anti-climático del montaje de las escenas de acción.
Es cierto, Tim Burton nunca tuvo la plasticidad de Spielberg para filmar movimiento pero es un tipo con ideas y oficio, con lo que sorprende la poca pericia que demuestra hacia el final de Miss Peregrine y los niños peculiares. Igual, al fin de cuentas, todo lo bueno demostrado, sobre todo en el primer tramo, hace de este un film recomendable.