Resulta simpático ver una historia dnde una artista popular y en gran medida consagrada, se ríe de sí misma. Una artista que se mira con libertad pudiendo jugar con su rol de actriz, de cantante y con la fantochada de los casting “descubridores de estrellas”. Miss Tacuarembó, muestra una Natalia Oreiro que se pone del otro lado del espejo como una Natalia frustrada que no logra su sueño de convertirse en artista.
La película dirigida por el también uruguayo Martín Sastre, narra la historia superponiendo dos niveles temporales (la niña de 9 años y la adulta de 30, ya en Buenos Aires) y otro de ensueño donde se funden elementos de comedia musical, con canto, baile y coreografía. Para marcar las dos épocas en las que está narrado el film, se utiliza una estética ochentosa que se aprecia como el valor de viejas fotografías y para el presente, una tonalidad que irradia brillo y demasiado contraste. Los apartados musicales, tienen también el ritmo y la estética de los 80s.
El conflicto de la niña es ganar el concurso de "Miss Tacuarembó" para salir de ese pueblo gris sin futuro con la idea de viajar a Buenos Aires para triunfar. Vive en un mundo de fantasía junto a su inseparable amigo. Estos segmentos y la historia de amistad entre ilusiones e infortunios es, por lejos, lo más logrado del film. La Natalia adulta (la Oreiro), trabaja en la actualidad un patético parque de diversiones de temática religiosa, Parque Cristo (chistes al estilo Los Simpson) - con aquél mismo amigo (Diego Reinhold), mientras todavía sueña triunfar como cantante.
Miss Tacuarembó es, felizmente, un film ligero. Toma prestado libremente, un poco a Monty Phyton (que recuerda, por ejemplo a La vida de Brian, en el apartado donde Mike Amigorena personifica a un Cristo cantante y marketinero), una pizca de Ginger and Fred (reminiscencia de sátira televisiva popular aunque sin una gota melancólica de Fellini), otro poco de ¿Quieres ser John Malkovich? y açun más del primer Almodóvar, amparado por la fuerte presencia de Rossy de Palma como conductora de un reality, mezcla de "Gente que busca gente" y "Sorpresa y media".
Las referencias a la TV también contiene guiños a la telenovela. Así resulta que la verdadera madre de Natalia era la superpotentada de Tacuarembó (y sí, Graciela Borges) que la abandona de bebé y luego Cristal…, nombre que haciendo honor a la telenovela venezolana, toma como nombre artístico, reforzado por el cameo de su protagonista, Jannete Rodriguez (irreconocible, a decir verdad) en una escena de imaginación. En las referencias al reality, el film pierde ya que intenta esbozar una crítica a la TV como una consabida picadora de carne, bochornosa y decadente pero que no logra satirizar lo que la propia TV logra de sí mima.
Luego, sí, con los maravillosos años ochenta las evocaciones fluyen y fluyen. El ritmo de los Parchís, no se sabe si grotesco o alegre, la pegadora coreografía de Flashdance (siempre inspiradora), Madonna, Ositos cariñosos y woki-toki . Todo sazonado con las canciones retro compuestas por Ale Sergi de Miranda! que combina con vestuario colorido y mucho accesorio, una puesta de cámara y encuadre de videoclip, cuando no también de teleteatro de la época. .
Capítulo especial a la feroz crítica hacia los preceptos rígidos de la Iglesia que más allá de la pertinencia casual con el debate por el matrimonio igualitario que pone su intolerancia en el tapete, suena un poco rancia. En esos segmentos, correspondientes a la vida del pueblo Tacuarembó, donde la Natalia de 9 años cree tener comunicación con Cristo, guarda una sorpresa. Se trata de Cándida López, una fanática religiosa con nocivos delirios místicos. Un personaje que gana cuando juega con la caricatura y pierde cuando intenta densidad relista. La villana de la película salida de un cuento de niños, detrás de las carradas de maquillaje y de un porte imponente, resulta ser una caracterización obrada por la mismísima Natalia Oreiro. Detalle que le suma a la actriz en riesgo y creatividad aunque no siempre en efectividad. Igualito que la película.
La historia de Natalia, alterna los niveles temporales, el ensueño y la comedia musical. Hila cada pasaje por criterios estéticos, narrativos o humorísticos, muchas veces novedosos. Destila libertad pero varios de esos pasajes resultan fallidos poniendo en peligro el interés del espectador.
El film es desparejo y desbordante. Arriesga y no siempre gana pero resulta un aire renovador para el cine argentino/uruguayo.
En cuanto a la figura de Oreiro, que sin duda convoca y con razón, dudo que lo haga en la medida de las 70 copias con las que salió al mercado. La sensación es que Miss Tacuarembó podría haber sido un perla, pero sus logros terminan siendo más bien modestos.
Una película singular que tal vez resulte algo polémica en su recepción y que como premisa fundamental requiere verla con buena onda, festejando los aciertos – que los tiene –, sintiendo el aire festivo de los ochenta – ideal para el que vivió la infancia o primera adolescencia en esa época - y pasando por alto sus fuertes altibajos.