Un camino posible
Cara y seca de una misma moneda: Miss Tacuarembó es una película diferente, arriesgada, inclasificable, que no encuentra un público definido, mucho menos entre aquellos que en vacaciones de invierno quieran ver algo tradicional para los chicos y crean que lo hallarán aquí. Desde este punto de vista, el film de Martín Sastre es una maravilla, incorpora un montón de referencias, todas vinculadas con aspectos marginales del cine, y los reconvierte por medio de una licuadora pop en un divertido y emotivo relato sobre la forma en que cumplimos nuestros sueños. Pero hasta ahí parecen ir los aciertos de la película -que de hecho son bastantes-, ya que todo el revulsivo que posee no encuentra desde la dirección una mano firme que la organice y la convierta en un relato cinematográfico cohesivo.
Miss Tacuarembó es como esas películas bienintencionadas en las que uno debe optar por los resultados o por el proceso, que en este caso está vinculado con las texturas que trabaja Sastre, a partir del guión basado en una novela de Dani Umpi, una serie de referencias cruzadas a la cultura popular de la década del 80 sumados a la iconografía católica, un poco a la usanza de Camino de Javier Fesser, donde a partir de sostener el punto de vista infantil se permite un acercamiento a los símbolos religiosos menos adocenado y más libre de culpa y cargo. Y que permite, en ese sentido, una reflexión sobre la fe y las instituciones que administran la sinrazón de las entelequias.
La mención a Camino no es antojadiza -hay como allí una nena manipulada por un entorno adulto y la institución religiosa- y deja en evidencia cómo un buen director hace que un material poderoso pero potencialmente disperso se cohesione, hasta convertirse en una gran película, o al menos que ese disparate narrativo tenga un sentido y no parezca fruto de las casualidades y los descuidos. Fesser con Camino logra el milagro, mientras que Sastre no termina por encontrar el tono de su film que pasea por territorios del costumbrismo, acude al grotesco, se recuesta en la sátira, recupera el musical, curiosea por la tierra del cine infantil e intenta la parodia del formato televisivo, nunca con la misma intensidad ni mucho menos el nivel de aciertos. Esto, que es loable, para el cine coreano es habitual y no constituye una carga como ocurre en este film.
Que si hay algo que logra, por momentos, encausar Miss Tacuarembó, eso es la presencia magnética de Natalia Oreiro. La actriz uruguaya se da el lujo de incorporar elementos autorreferenciales en el film y que nunca eso parezca nada más que ego. Por el contrario, sirve para sumarle sentido a un film que, después de todo, el peor pecado que comete es el de excederse en sus formas y referencias y convertirse en una especie de ladrillo fílmico que cansa y agota. Pero la actriz, con su gracia y su carisma, demuestra además aquí que sabe moverse con acierto en diversos registros de comedia, y que es la única actriz rioplatense capaz de protagonizar una película provocadora y feliz como esta.
Su personaje se llama Natalia, pero se hace llamar Cristal, en homenaje a cierta novela que daban en la televisión argentina por la década del 80. Este, y muchos otros, son apuntes inteligentes en los que se sostiene la estética de Miss Tacuarembó y también su tesis: sumemos la aparición de Rossy de Palma y con ella a toda la primera etapa del cine de Pedro Almodóvar, el guiño a Flashdance, la comedia musical como norte pero también con la certeza de que hoy es un producto envasado en la televisión con sus realities, de la telenovela como constructora de un ideario social, de los perfumes de marca que señalan un status. La película habla de seres diferentes, de perdedores que están al margen y que, como desean Natalia y su amigo gay Carlos (Diego Reinhold), algún día dominarán el mundo. Miss Tacuarembó es una celebración de esa diferencia, la pone en primer plano, pero no la exhibe: incluso muestra algunos límites de esas personas excedidas en su fanatismo introspectivo y superficial. Inteligente el director, y aquí uno de sus mayores aciertos, no hace una militancia de trincheras sobre la diversidad y la tolerancia hacia lo diferente sino que les da directamente el poder a esos personajes porque los asiste la verdad. Está bien que esto ocurre en el marco de una aventura naif y artificiosa, pero también es cierto que en el coherente universo que es la película uno sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos.
Lo que lamentamos es que todo esto no haya sido contado de una manera más fluida. No pedimos sutilezas porque sabemos que el melodrama es el territorio de Miss Tacuarembó, pero sí un cuidado mayor en la puesta en escena para que el film no parezca hecho como a las apuradas y unido con pegamento. Por ejemplo las canciones de Ale Sergi no merecían esas coreografías deshilachadas y esos números musicales de escaso valor estético. Tampoco el film acierta en el tono de algunas actuaciones y en verdad los pasajes entre pasado y presente no están del todo bien construidos. Miss Tacuarembó es una película inteligente plagada de defectos. Como alguien dijo, las buenas intenciones no son un valor estético: pero al menos, Martín Sastre filmó una película que no se le parece en nada al resto del cine nacional. Ahí comienza de nuevo el debate sobre si por el sólo hecho de ser diferente esto la convierte en algo mejor. No lo sabemos, pero sí que en este caso se marca un camino posible para un cine nacional distinto.