El sudaca dream
Es inevitable cuando se toman decisiones audaces, con propuestas estéticas diferentes a las convencionales, que todo salga bien y perfecto. Y de eso el artista uruguayo Martin Sastre sabe. Sus orígenes provienen del campo del videoarte con un estilo personal que se contagia de diversas influencias cinematográficas vinculadas siempre con lo bizarro y por una constante mirada crítica y mordaz frente a los modelos culturales preponderantes. Estas características se pueden ver reflejadas en algunas de sus obras más reconocidas como Lady Di, La conspiración rosa; Ride to Obama o su mensaje al Fondo Monetario Internacional nada menos que a partir de la re-contextualización de la película Carne, de Armando Bo, bajo la mítica frase ‘que pretende usted de mi’, que le significó al propio Sastre una beca para estudiar en España (lugar donde reside actualamente) como antesala de una vida que comenzó en Uruguay y con el tiempo -y por la necesidad de huir de aquel pequeño pueblo- alimentó sus aspiraciones de cruzar el charco y llegar a Europa para ser reconocido luego como un artista latinoamericano de vanguardia.
Quizás algo de ese sueño de triunfar en el primer mundo se haya resignificado al tomar contacto con la novela Miss Tacuarembó del escritor Dani Umpi (integrante junto a Martin de un colectivo artistico llamado Movimiento Sexy), al punto que Martin Sastre tuviera la extraña idea de volverla película y anhelara contar entre su elenco con Natalia Oreiro, en quien pensó ni bien comenzó a leer el manuscrito de Umpi antes de publicarla. La historia narrada por Umpi en un tono áspero y casi autobiográfico expone las penurias de un chico homosexual en una Uruguay retrógrada además de arremeter con un fuerte anticlericalismo. Es tan sencilla y tan universal como aquellas novelas de los ochenta, entre ellas la venezolana Cristal protagonizada por la actriz Janette Rodriguez (el otro ícono del momento era Lupita Ferrer), que pululaba en la pantalla caliente argentina junto a otras con personajes masculinos llamados Carlos Alfredo o nombres tan pegadizos como ese.
Sin embargo, pese a esa universalidad manifiesta en la pelicula de Sastre, que gira en torno a Natalia (interpretada en la infancia por la debutante Sofía Silvera tras ser elegida en un multitudinario casting por internet), una niña de 9 años que vive en Tacuarembó y cuyo sueño es cantar alguna vez frente a un gran público y convertirse en Cristal (personaje de la novela homónima) existe una esencia y frescura rioplatenses que la anclan perfectamente con una idiosincrasia y una contextualización latinoamericana sugerente y palpable desde el primer plano hasta el último.
Ambientada en los ochenta, la monotonía de la gris Tacuarembó –departamento al norte de Uruguay- se llena de color y música cuando la Natalia del pasado, junto a su amigo Carlos (quizás un alter ego del propio Dani Umpi) ensaya la coreografía de Flashdance entre la escuela y las aburridas lecciones de catequesis impartidas por la gélida Cándida. La niña y su amigo sueñan con viajar a Buenos Aires, que para su acotado universo infantil equivale prácticamente a pisar Hollywood. Recién en la adolescencia tendrá su oportunidad de viajar si llega a ganar el concurso de Miss Tacuarembó. Sin embargo, esa niña del pasado, que debe soportar las injusticias del mundo adulto con la intolerancia y la eterna frustración, se interconecta con la Natalia adulta (interpretada por Natalia Oreiro), quien a los 30 logró huir de su pueblo para cumplir su meta en Buenos Aires trabajando junto a su fiel ladero Carlos (Diego Reinhold) en un parque temático religioso –símil Tierra Santa-, sin haber siquiera alcanzado el éxito esperado tras fracasar en cada casting en que se presenta. Ese cruce de las dos Natalias se da fragmentadamente en un vaivén temporal entre pasado y presente que forma parte de la estructura narrativa del film, que también cuenta con la caracterización de la actriz uruguaya en otro de los personajes: la fría y malvada catequista Cándida López.
Como todo proyecto que busca una estética propia y pop, en Miss Tacuarembó, con producción de Argentina, Uruguay y España, coexisten por un lado el despojo del formalismo en pos del exceso visual en un fuera de registro constante en el que se introducen números musicales coreografiados por el actor Diego Reinhold, pertenecientes a la banda sonora del film compuesta por el vocalista del grupo Miranda Ale Sergi. Esos cuadros, que rozan cualquier coreografía elemental de programa televisivo vigente, no operan como punto de transición entre las secuencias sino que juegan un rol importante en el relato donde Sastre se contagia del ritmo y la libertad para hacer realmente lo que siente y quiere.
Por otro lado, prevalece una apuesta constante al riesgo de plantear una mixtura de géneros que van desde el musical cursi a la parodia (estilo Todo por dos pesos) y del metadiscurso cinematográfico de los géneros más reconocibles como el melodrama de tono sentimentaloide (con un cameo de Janette Rodríguez que no tiene desperdicios) o el cine bizarro y de clase B que incluye una persecución bajo la lluvia dentro de un cementerio en un tono que evoca a esas películas de la infancia como Los Goonies.
Algo parecido ocurría con el coctel explosivo que Fito Páez lanzaba hace algunos años desde ¿De quién es el portaligas?, cuyo punto de contacto con este debut cinematográfico del artista uruguayo Martin Sastre recae en el mismo lugar: el resultado desparejo del conjunto, con aciertos estéticos importantes y algunas buenas ideas conceptuales que no encuentran un rumbo definido cuando se entremezclan con un estilo híbrido que amalgama una mirada crítica y desafectada por una parte y por otra una mirada nostálgica y evocadora de ciertas sensaciones ligadas a otro tiempo. Esa falta de rumbo no significa en este caso un defecto mayúsculo sino que deja asentada la propuesta apelando a la complicidad emocional del público a quien está dirigido el film y que por los años ochenta vivía una infancia rodeada de ingenuidad, represión y sueños: la generación del sudaca dream.