Sueños y desengaños en un filme entre colores flúo y música pop.
Miss Tacuarembó tiene el clima de una pequeña epopeya, cálida, irónica y al mismo tiempo delicadamente dolorosa. Pero también está atravesada por un humor con gusto a nostalgia por los sueños perdidos. Claro que antes de entregar las armas o vencer a la adversidad, la protagonista dará batalla.
Cada una de esas atmósferas que rodean a los protagonistas, una nena, Natalia, y su amiguito de la infancia, Carlos, son desarrolladas e ilustradas con una iconografía clara para cada época. El relato, basado una novela de Dani Umpi, adquiere consistencia bajo la mirada disparatada, sensible, y por momentos implacable, del director Martín Sastre.
En el inicio de la década del 80, en medio del rigor religioso y las limitaciones y clichés de un pueblo chico en el que “nunca pasa nada”, Natalia y Carlos se preparan para cumplir su futuro de artistas desde los ocho años.
Los sueños incomprendidos de esos nenes sensibles y soñadores son alimentados por algunos íconos de la época, como los romances de Jeanette Rodríguez en la novela “Cristal” y los éxitos de Los Parchís, todo perfumado con Coqueterías y charlas a través de unos modernos walkie talkies que tomaron prestados de dos compañeras de colegio, dos mellizas medio harpías.
Ya en la adolescencia las fantasías de Natalia, ahora interpretada por Natalia Oreiro, se pueblan con el optimismo discotequero de “Flashdance” y la atmósfera cambia a los colores flúo, perfumada en esta etapa por Anaïs-Anaïs y First. Pero sobre todo por el sueño de ganar el concurso de Miss Tacuarembó que incluye dos pasajes gratis a Buenos Aires, meca de Natalia y de Carlos, a cargo de Diego Reinhold.
Pero la ciudad, y ya cerca de los treinta, les depara algo muy distinto a sus proyectos del pasado: dos frustrantes empleos en un parque temático dedicado a Cristo, disfrazados de tablas de la ley con coreografías que dan la bienvenida a los escasos visitantes.
Allí parecen cerrarse todos los caminos, pero el director les da siempre un bonus track a estos dos desamparados. Sastre elige el recurso del musical para aligerarles la carga en un clima que evoca a “Fama” y otros clásicos televisivos para adolescentes de los 70 y 80, pero con unos personajes más realistas que se atreven a increpar a Jesús por su escasa suerte.
Las criaturas de Dani Umpi cargan como pueden con lo que les toca en suerte o en desgracia, pero a pesar de todo luchan hasta el final. Aun sospechando que la construcción de los sueños, quizás, puede fallar.