Miss

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

"Miss", un nuevo cuento chino para pasarla bien
La ópera prima de Roberto Bonomo cautiva desde lo pictórico y, aunque no propone mucha novedad desde el guion, resulta una experiencia sensorial simpática.

La peculiaridad de Miss, la ópera prima de Roberto Bonomo, es su fortaleza y su debilidad. Hay en estos ligeros 62 minutos un imaginario logrado y consistente, pero que a su vez expone algo impostado, una excentricidad obsesionada por magnetizar que deteriora la espontaneidad.

El protagonista es Robert, un oriental medio monstruoso, alto, encorvado, flaco, con retraso madurativo, casi un personaje de Tim Burton, que debe cuidar la casa de una ex Miss Mundo. Mientras pasa los días en esta mansión, Robert se enamora de Laura, una estudiante de modelaje que encarna su némesis: armónica, virginal, fresca, simpática, astuta. Lo que sigue es un manual de comedia romántica: amor imposible con encuentros y desencuentros.

Si bien la premisa es básica, Miss cautiva desde lo pictórico: hay un trabajo fotográfico a cargo de Nicolás Trovato apabullante, una iluminación pulcra y plana que fortalece la propuesta simétrica de los encuadres. La película es una sumatoria de planos generales de tal elegancia y meticulosidad, que hasta los split de los aires acondicionados, siempre afeando la imagen, acá parecen puestos adrede para optimizar la armonía. A esta buena voluntad de Trovato se suma Fernanda Chali en la dirección de arte, manejando una paleta cromática con trastorno obsesivo compulsivo. Nada escapa al tono pastel, cada fotograma se sumerge en colores balanceados.

Así que Miss es una experiencia sensorial simpática, con planos generales que funcionan como fondos de escritorios. Es lamentable que su director no confíe en este glamour indie y quiebre los climas con primeros planos perfilados que desvirtúan la gracia. Esto, a su vez, delata otro problema: el personaje de Robert está encarnado por Roberto Law Makita, un no-actor fascinante en sus modos pero carente de fotogenia y destreza interpretativa. El acercamiento de la cámara genera un pequeño rechazo. Cuando el filme exige que la excentricidad humana comulgue con una actuación creíble, esa conexión queda en puntos suspensivos.

Bonomo parece consciente de las limitaciones de su protagonista y se escuda en una atmósfera naïf y absurda, claramente deudora de Wes Anderson. Las situaciones son “bizarras”, los diálogos “chispeantes”, los personajes “anormales”. Miss despista con su dualidad: el universo creado para la película es seductor, pero el uso de este universo falla. Un problema no del instrumento, sino de su ejecución.