Miss

Crítica de Marina Yuszczuk - Las 12 - Página 12

Hace tiempo se instaló en la comedia contemporánea ese esquema que un refrán popular hace rimar con embudo: “la más linda con el más boludo”. En películas hechas invariablemente por varones, con protagonistas tímidos, torpes, poco agraciados o directamente losers, el final feliz tiene que ver con el acceso a esa chica de los sueños, siempre hermosa según los cánones de belleza actuales, que se fija en el chico porque además de ser linda es inteligente y sensible como para apreciar la belleza interna de su candidato (de lo contrario, ella sería una frívola). Catherine Heigl y Seth Rogen en Ligeramente embarazada (2007) de Judd Apatow, Kristen Stewart y Jesse Eisenberg en Adventurland (2009) de Greg Mottola, o más recientemente Gillian Jacobs y Paul Rust en la serie Love (2016), también de Apatow y Rust, son algunos ejemplos de ese modelo.

El cine argentino adoptó la formula y la repite con entusiasmo: Diego Peretti y Carolina Peleritti o Valeria Bertucelli y Adrián Suar en las comedias de Juan Taratuto, Lali Espósito y Martín Piroyansky en Permitidos de Ariel Winograd. Mujeres que se casan con boludos –no lo digo yo, lo dice el título de la comedia más exitosa del año– pero se enamoran de ellos porque la ternura las atrae (no hace falta decir, porque la fantasía y la mirada masculinas son unilaterales, que no existe la historia del tipo inteligente que se casa con una boluda, o del Adonis que se casa con una fea).

Miss, la primera película de Robert Bonomo, representa algo así como el colmo de esta idea porque la depuración de sus elementos hace que el tema de la linda y el boludo esté puesto absolutamente en primer plano, al punto que no hay otra cosa en la película. Me explico: Robert es un chico tímido, mitad chino mitad japonés, flaquísimo y con los dientes torcidos, que trabaja cuidando casas. Pero también tiene la fantasía de hacer películas y escribe sus propios guiones. En uno de ellos, al comienzo de Miss, a Robert se lo ve tironeado literalmente entre una rubia y una morocha, que se pelean por estar con él. Estar con una chica linda es prioritario para Robert, tanto que el tema atraviesa toda la película y la define. Porque no solo la “Miss” del título es la dueña de la casa que cuida Robert, donde hay una habitación dedicada a preservar reliquias del pasado como la tiara del concurso de belleza que la mujer ganó hace décadas, o los vestidos que usó, sino que además Robert mira embelesado los videos de ese concurso en blanco y negro donde las chicas desfilaban en trajes de baño, y se enamora de una chica, Laura (Malena Villa) que vino de San Clemente para estudiar en una escuela de modelos. Laura es linda y flaquísima, y como le da miedo ir sola a hacerse unas fotos para un book, le pide a Robert que la acompañe. Pero no hay mucho más que eso: el personaje se define por ser linda y es lo que se repite durante toda la película, cuando Robert le dice “sos muy linda”, “sos la más linda del mundo”, etc.

Pero Laura no está enamorada de Robert, y de hecho, lo rechaza con vehemencia. El mayor logro de Miss, que no es una comedia romántica y en este punto se pone aparte de toda esta serie de películas que nombré, es el modo en que intensifica el estereotipo del chico loser con la modelo y, mientras parece respetarlo a rajatabla, lo pone de cabeza: todo lo que hay en la “realidad” de la película es un chico pretencioso persiguiendo a una chica que lo atrae porque es hermosa, y todo lo que implica algún tipo de correspondencia de las chicas hacia Robert está puesto en la fantasía, en la ficción de un protagonista que interesa porque es contradictorio, aparentemente humilde y soberbio, y que escribe sus propias películas mentales donde las chicas, siempre lindas, siempre se enamoran de él.