Moacir es el personaje principal de esta película, porque es un personaje en sí mismo. Se lo puede catalogar como un cantautor brasileño, pero es mucho más que eso. O sólo es una parte de su personalidad multifacética. Porque estamos en presencia de alguien que se reconstruyó, o, mejor dicho, que se está reconstruyendo día a día a sí mismo luego de haber estado internado en el hospital Borda durante varios años, con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide, y que fue dado de alta en 2011.
Bajo la batuta del director Tomás Lipgot, que nos permite adentrarnos una vez más en la particular vida del protagonista, recordamos que es la tercera película juntos, luego de “Fortalezas” (2010) y “Moacir” (2011), y que en virtud de lo que vemos es una autobiografía y también un auto homenaje, por haber logrado salir de la situación en la que se encontraba e insertarse nuevamente en la sociedad para realizar su trabajo.
Moacir nació en una favela de la ciudad de Santos, y en 1982 se subió a un micro y recaló en Buenos Aires, que lo cobijó hasta ahora. Tuvo una infancia dura, difícil, y pudo trascender a través de su música y su voz. Con estos datos expuestos él pudo torcer su destino con fuerza de voluntad y por eso pensó en divulgar su historia.
Lo que vemos en pantalla es una mezcla de documental, reality de su vida, backstage de la filmación y también ficción. Y, al conocerse tanto el director y el protagonista, hay una complicidad manifiesta entre ambos, pero, el músico se toma atribuciones de cambiarle los diálogos, sugerirle como realizar una toma, etc., donde no se sabe, quién dirige a quién. A Lipgot le cuesta encauzar la filmación y llevar el control de la situación.
Las partes más logradas del film son las situaciones de ficción pura, que están bien hechas, con una estética y una imagen impecables, con un elevado sentido de la calidad artística, pero, las otras escenas, provocan un desbalanceo en el relato, y lo hacen flaquear en algunos tramos.
En definitiva, durante la película, la figura de Moacir se eleva con su modo de ser jovial, desprejuiciado, que viste trajes con colores estridentes y usa distintos modelos de pelucas, pese a que tiene todo el pelo. Ya se siente más allá del bien y del mal, por eso cree que está bien filmar y exponer su vida, sin buscar que le tengan lástima o pena. Simplemente para decir que, si se quiere, se puede.