Entre el cielo y el infierno
La historia de Moacir dos Santos, un santista brasileño que llegó a la Argentina para convertirse en músico exitoso, pero que en cambio encontró miseria y desgracia, es toda una aventura épica que el director Tomás Lipgot ha registrado a través de una trilogía que empieza con Fortalezas (2010) sigue con Moacir (2011) y esta última que nos compete, y que debe ser la mejor de las tres: Moacir III (2017) llena de frescura, emotividad y avidez, nos trae a escena los recuerdos de un viejo hombre que renace de su miseria para cumplir su sueño de cantar y sumergirse en un mundo de fiesta y alegría.
Moacir dos Santos presenta el epilogo de su vida personal a través de la reconstrucción en ficción de sus memorias. Si dejar de cantar, presenta sus recuerdos de infancia, centrados en la figura de su madre, así como algunos sucesos de su primera llegada a Buenos Aires, entre los que surgen personajes secundarios muy diversos y entretenidos, que fueron participes de su supervivencia, así como el gran drama amoroso. A partir de ahí aparecen temas tabú, de transformación y cúspide musical que sin embargo, no serán tan fáciles de traer a escena.
Moacir III es un documental sorprendente y atrapante, sin duda que los mayores contribuyentes a que no decaiga su ritmo ni emoción son su composición visual y montaje, pero la estructura de idas y vueltas bajo la constante construcción y desarrollo creativo del film, tal como si viéramos el backstage real a la par que la realización de las escenas en ficción, es la mayor responsable. Porque siempre resulta interesante ver el proceso creativo y su resultado cuando es bien utilizado pues mantiene al espectador en una curiosidad constante y a la película le otorga unos enérgicos matices.
Por otro lado, es un gran acierto que el punto de vista esté concentrado de manera efusiva sobre Moacir, incluso con la aparición del director como participe junto al protagonista, se opta siempre por el personaje principal. Las entrevistas, las charlas, la ficción todo lo que aparezca en imágenes, empieza y termina con Moacir. Si se compara con Fortalezas (2010) y Moacir (211) (las dos películas precedentes) podríamos decir que es un proyecto también sobre el punto de vista. Inicia plural y diverso y lentamente va concentrándose de manera psicótica sobre nuestro protagonista. Ya en Moacir III (2017) queda todo de manera tan excesiva que se vuelve un relato íntimo y casi de perfil psicológico de este personaje entrañable.
Quizás la clave de todo también está en tratarse de una historia sobre las ciudades: Buenos Aires y Santos de Brasil. El lugar que recibió a Moacir y aquel donde quedó su infancia de siempre. Ambas ciudades se retratan desde el arte musical que nace desde la nostalgia, desde lo onírico y su desdicha hasta volverse sublime, cuestión que contagia a todo ese mundo under, oculto, de transformación gay y de fiesta que la película va descubriendo sin excesivos dramatismos y por el contrario, con absoluta naturalidad. Siempre bajo un manejo de lo inesperado que aunque podría encontrase pequeños vaivenes o altibajos por lo vorágine de su propia estructura de idas y vueltas, termina por ser un documental muy conmovedor y que merece ser visto.