UN DOCUMENTAL DE DESPEDIDA
Tomás Lipgot logró con Fortalezas, Moacir y Moacir III una saga documental inusitada. Si bien en la primera película Moacir dos Santos era uno de los varios protagonistas, su carisma era tal que terminó convertido en una figura seductora para la cámara del director, que luego lo puso en el centro y lo llevó por caminos que flirtearon entre lo documental y lo ficcional. Moacir fue un brasileño que vino a la Argentina y que residió mucho tiempo en el Hospital Borda, compositor y cantante de esa estirpe de artistas populares que tal vez no tengan una gran técnica pero que suplen todo con la belleza de lo abstracto. Lo que logra Lipgot en esas películas no es sencillo: que sintamos la misma empatía que siente él por su personaje, que lo autorreferencial no moleste porque lo aceptamos como parte del juego y porque reconocemos que en cierta medida el director hace catarsis personal invocando la figura de Moacir. Esa autorreferencia toma forma finalmente en el título de su nuevo documental, Moacir y yo.
Esta cuarta película, que complementa a la denominada Trilogía de la Libertad, es también un documental hecho contra los deseos del director, básicamente porque lo que cuenta es la muerte (la real, no la ficcional con la que habían jugado anteriormente) de Moacir. Y una muerte que llegó sin avisar, lo que vuelve a la película mucho más urgente y necesaria: no hubo aquí una preparación para pensar cómo sería el mundo sin Moacir, sino más bien un impacto que se vuelve un poco indecible e inenarrable. Moacir y yo es caótico y disperso, como son caóticas y dispersas las preguntas que nos hacemos cuando un ser querido muere y nos deja un vacío. Lipgot se pregunta ¿por qué? y su película avanza en esa dirección un poco a tientas.
Pero la organicidad del relato la da el propio Moacir, quien con su personalidad imprevisible termina por construir la lógica. Hay una gran escena que sintetiza esto, cuando el director le pide que no cante porque eso encarece los derechos de autor que la producción tendrá que pagar ante SADAIC, y Moacir responde cantando otro clásico del cancionero de habla hispana. La reacción de Lipgot allí demuestra cabalmente cómo se vivía ese vínculo y la energía contagiosa del protagonista para el entorno, energía que a veces podía volverse violenta como demuestra otro pasaje. De esos retazos, de esas viñetas que surgen como recuerdos se construye Moacir y yo, un bello y simple documental que habla sobre la muerte pero, más aún, sobre quienes atraviesan el duelo. Lipgot pone en primer plano diversos objetos que simbolizan la figura de Moacir, a lo que sin dudas debemos sumar sus películas.