RECONSTRUYENDO LA AMISTAD "Último documental de Tomás Lipgot, que con su relato traslada al espectador a recapacitar sobre la relación entre las personas y el cariño. Haciendo foco en la relevancia de socializar. Dando espacio a lo marginal e íntimo de una persona." Moacir y Yo, 2021 El vínculo de Moacir dos Santos y Tomás Lipgot ha definido toda una saga documental. Amigos, artistas, soñadores, Moacir y Lipgot hicieron de su amistad una usina de creación. Tanto es así, que ni la misma muerte de Moacir pudo frenar ese vínculo. “Moacir y Yo” es el cuarto documental, luego de la “Trilogía de la Libertad”, compuesta por “Fortalezas” (2010), “Moacir”(2011) y “Moacir III” (2017), todas protagonizadas por Moacir dos Santos, el mítico cantor brasileño, quien murió en 2018. El guion se construye en orden cronológico a partir de un hecho importante para el director, lo que hace que el relato sea una reconstrucción con imágenes y recuerdos. Las interpretaciones son reales, crudas, buscando empatizar y vincularse con los espectadores. Combina dos aspectos que se pueden ver reflejados en el relato, un sonido del entorno, de los diálogos, real, verosímil y la música e interpretaciones de esas canciones que visten en cierta forma el relato y da placer escuchar. "La película, si bien es desprolija estéticamente, se comprende que es parte de la inteligencia y lo que nos relata el director. MOACIR Y YO es una película profunda, honesta y con una belleza que traspasa lo superficial."
Tomás Lipgot y una amistad que sana y salva En una nueva entrega de la saga "Moacir" iniciada en 2012, Tomás Lipgot bucea en su propia experiencia con el personaje que supo registrar magistralmente en sus películas, el que, sin imaginarlo, terminó por salvarlo de su propia existencia aún tras su fallecimiento. Tomás Lipgot conoció circunstancialmente a Moacir dos Santos, en una institución psiquiátrica, a partir de allí lo adoptó como su musa, como su amigo, como alguien a quien podía acompañar, y en ese acompañamiento, también alimentarse de su felicidad y alegría para salir adelante él mismo. Esta revelación es el principal motor de una propuesta que por primera vez, ya sin Moacir, permite conocer detalles de un vínculo único. Moacir y yo (2021), se presenta como una crónica de esta relación entrañable, que, en un punto, y a partir del fallecimiento de dos Santos, Lipgot viene a reemplazar esa ausencia con su propia presencia en la película, para, desde allí, construir un sentido relato en donde la biografía propia se asume como el disparador para hablar de cuestiones vitales para el ser humano como, la familia, la amistad, la alegría y la locura. El realizador, como nunca, se desnuda en cuerpo y alma ante la cámara, relata sucesos que lo llevaron a “perderse”, de manera honesta y directa, y, además, cuenta cómo gracias a Moacir y su familia, pudo seguir adelante, aun cuando los fantasmas, ajenos, y propios, lo invitaban a perderse en su propio laberinto de oscuridad. Las imágenes de las producciones anteriores, que tuvieron como protagonista al excéntrico cantante, se precipitan, los recuerdos son revelados en formas de escenas, pero también de testimonios, graciosos, dolorosos, tímidos, por parte de aquellos que rodearon y abrazaron a Moacir en su paso por el mundo. Entre esos dos elementos, más la propia crónica y narración en off de Lipgot, sumado a imágenes fotográficas que se revelan ante el espectador sobre los últimos encuentros entre ambos, Moacir y yo, termina por fundar su propuesta, una cálida descripción de una amistad única, que tuvo su momento cinematográfico dentro y fuera de la pantalla y que trascendió, y aun lo hace, esa dimensión poco explorada sobre aquello que una producción puede generar en sus hacedores y objetos. Allí, cuando Moacir y yo, revela el soporte y el detrás de escena de esa relación entre director y actor, es donde el cine se transforma en una épica catártica biográfica, en donde las vivencias personales cruzan la delgada línea entre ficción y documental, y en donde el cine, una vez más, refuerza su sentido salvador, en todos los sentidos.
“Moacir y yo” de Tomás Lipgot. Crítica. Solo un hasta pronto. “Quizá hago esta película para despedirme de él, o para tenerlo cerca un tiempo más …” Decir adiós nunca es fácil, más aún si la ausencia es muy grande. Cuando algo ya no está solo quedan los recuerdos y con ellos Tomas Lipgot hace una película. “Moacir y yo” llega a los cines y en simultáneo a la plataforma Cine.ar, el próximo 2 de septiembre. Un documental que sobrepasa los límites del formato para convertirse en un contenedor de memoria, una despedida. Habiendo grabado ya tres películas con Moacir dos Santos, un mítico cantante brasileño, Tomas Lipgot utiliza esta cuarta entrega a modo de testimonio personal. Ya que más que un personaje de su filmografía, se trata de un amigo que le cambió la vida. Dejando con su muerte un gran vacío en la vida del director. Es por eso que aquí revivirá su amistad y le dará un cierre a una de las relaciones más importantes de su vida. El narrador/ director habla de la sensación de muerte, de cómo ésta es ajena en el propio cuerpo y como solo podemos experimentarla a través de alguien más. Lo cual en parte es cierto, pero el aparato ficcional que crea el arte también nos permite experimentarla, la diferencia es el pacto narrativo, el saber que eso no es la realidad. Pero muchas veces la muerte de un personaje deja mella e incluso el cine nos permite, para bien o para mal, revivir aquella muerte todas las veces que queramos. En este recobeco es donde encuentra su lugar la película, dando vida por algunos minutos más a Moacir, ya sea para decirle adiós o para presentarlo ante aquellas personas que no lo conocieron, porque no, para generar memoria. El cariño de los más allegados queda registrado hasta el fin de los tiempos en este documental, que hace de carta de amor, de cierre, de recuerdo. Consiguiendo empatizar hasta con quienes no lo conocimos. Si bien es la forma que Tomas Lipgot tiene para decirle adiós a su amigo, se corre por momentos para dejarle espacio a otras personas. Las cuales pueden contar sus anécdotas, sus sentimientos y también despedirse. Haciendo que “Moacir y yo” refleje mucho más que la relación unilateral entre el director y Moacir, sin perder el tono personal. Y por más que no conociéramos el protagonista, empatizamos y nos emocionamos por lo sincera de las emociones reflejadas.
El vínculo amistoso entre el músico y cantante brasileño Moacir dos Santos y el cineasta Tomás Lipgot se convirtió en una trilogía de películas iniciada en 2010 con el film Fortalezas, al que siguieron Moacir (2011) y Moacir II (2017), todos ellas protagonizados por dicho artista, fallecido en 2018. En forma de diario personal, el realizador resume en esta cuarta parte su amigable unión con ese brasileño cordial y simpático que mostró sus habilidades artísticas en modestos salones y, alguna vez, frente a un numeroso público que supo comprender su sincero arte. Desde su propia voz y figura, Lipgot recuerda la internación del artista en el Borda, se detiene esta vez en esos amigos que lo van encaminando hacia el éxito tan deseado por Moacir y muestra con enorme emoción y toques de humor el camino que deberá seguir para que sus canciones se abran a la popularidad. Así el film comprime emociones del cine y de la vida doméstica y habla de la sinceridad de quienes, en este caso, rodearon como una gran familia a ese Moacir que siempre tendió su mano afectuosa hacia quienes se le acercaron con la voluntad de hacer de sus temas musicales un canto de vida y de ternura. Con estos elementos, el film se convierte en un documento universal acerca de la necesidad de creer en el deseo de ayudar a quien se tiene más cerca y, al mismo tiempo, a quienes necesitan rodearse de aquellos que lo comprenden y lo necesitan.
Una trilogía y ahora una despedida que el director Tomas Lipgot define, como una manera de acercarse una vez más a hombre entrañable que le inspiro una trilogía (Fortalezas, Moacir y Moacir III). Es que la relación de Lipgot con Moacir dos Santos no terminó con la muerte del cantante en el 2018, superó esa barrera porque se forjo una relación entrañable. En forma de diario aquí el director re-visiona como se armó una pequeña familia de amigos, y como ese hombre en suss últimos años, cambió su vida y la de todos los que lo conocieron. Una amistad amasada en complicidades y juegos que termina siendo una reflexión sobre la pérdida.
"Moacir y yo", la entrañable despedida de un amigo a otro. Cuarta y última entrega de la saga sobre el compositor y cantante brasileño Moacir Dos Santos, completa lo terminó siendo un encantador retrato cinematográfico. La que el cineasta Tomás Lipgot fue construyendo en torno de la figura de Moacir Dos Santos es la más emotiva, sensible y tierna de las sagas del cine argentino, que con el estreno de Moacir y yo llega a su cuarta y última entrega. Esa afirmación no solo se justifica en el extraño encanto que poseía el personaje, un compositor y cantante brasileño al que el director conoció cuando realizaba su ópera prima, Fortalezas (2010), documental sobre personas encerradas en instituciones como cárceles u hospitales psiquiátricos. Por entonces Moacir estaba internado en el Borda debido a la fragilidad de su salud mental y su figura se destacó enseguida entre las de quienes dieron sus testimonios en aquella película. Pero si bien es cierto que contar con un gran protagonista es indispensable para hacer una gran película, ese milagro no siempre ocurre. Es por eso que este encantador retrato cinematográfico de Moacir –que incluye a Moacir (2011) y Moacir III (2017), además de los dos títulos ya mencionadas— no hubiera sido posible sin la mirada atenta y cariñosa de Lipgot, para quién el cantante brasileño, fallecido en 2018, era mucho más que el protagonista de sus trabajos. Y aunque eso ya estaba claro en los tres anteriores que compartieron como personaje y director, queda confirmado a partir del material con el que Lipgot construyó Moacir y yo. Una película que es muchas cosas a la vez. Por un lado, cumple con la función formal de cerrar la construcción del personaje que Lipgot venía realizando en las películas previas, poniéndole punto final a una saga que se fue generando ad hoc en torno al vínculo cada vez más intenso que unió a los dos artistas. Moacir y yo también puede ser vista como una especie de detrás de escena de los tres episodios previos, revelando fragmentos en los que director y personaje aparecen juntos en escena, captados de forma espontánea (a veces no tanto) durante los rodajes compartidos o en filmaciones domésticas. Pero si hay algo que identifica a esta frente a las otras tres películas que Lipgot realizó en torno al cantante es su carácter elegíaco. Moacir y yo es la carta de despedida de un amigo a otro. Un intento de cerrar un duelo y empezar a transitar por un mundo que a partir de ahora estará signado por la ausencia, por los huecos que ha dejado el que se fue en la vida de quienes quedaron. O, por qué no, una declaración de amor escrita con imágenes que buscan anclar la memoria. Un esfuerzo por mantener vivo a Moacir para siempre, convirtiéndolo en inmortal. Que Lipgot se encuentre trabajando en una versión animada de Gilgamesh, el inmortal, historieta de Lucho Olivera y Robin Wood basada en el famoso poema épico sumerio, puede ser visto por lo menos como una agradable coincidencia. Con esas imágenes el director rescata momentos de la intimidad que compartió con su amigo, en los que Moacir suele aparecer como un chico que consigue salirse con la suya gracias a su simpatía y en los que siempre termina cantando. Resulta especialmente simpática una escena tomada del rodaje de Moacir III, en la que el protagonista debe colocarse una corona mirando a cámara como quien está frente a un espejo. En off se escuchan las indicaciones con las que Lipgot va orientando la actuación del protagonista. Le pide que se coloque la corona despacio y que contemple su imagen. “¿Y qué le pasa a Moacir cuándo se pone la corona?”, pregunta el cineasta en busca de que su actor exprese alguna emoción particular con sus gestos. En lugar de eso, Moacir empieza a cantar su particular versión del bolero “Inolvidable”, obligando a Lipgot a interrumpir la acción para explicarle con paciencia que no puede cantar todo el tiempo, porque por cada canción que aparezca en la película habría que pagarle a Sadaic. La respuesta de Moacir es cantar otra canción, desarticulando al cineasta como un nene haría con su padre. De esa ternura está hecha Moacir y yo.
Este documental es una emotiva despedida del cineasta Tomás Lipgot a su amigo Moacir Lima Dos Santos. Juntos realizaron varias películas, donde el primer aprovechó la extraña y carismática figura del segundo. Se conocieron cuando Lipgot realizaba un documental sobre instituciones psiquiátricas. Moacir estaba el Borda y el director adivinó en él algo así como un actor fetiche, un cantante particular con una historia siempre interesante detrás. El corazón honesto de la película no alcanza para convertirla en una gran obra, tan solo da cuenta de la enorme humanidad del realizador y de su viejo amigo. No es un film casero, pero en algún sentido no trasciende desde lo estético para ir más allá. Algunos de los entrevistados, más bien todos, están muy detrás del interés que despierta Moacir. Irónicamente o tal vez de manera intencional, es Moacir el que parece más mentalmente ordenado de todos los que aparecen en el film.
En 2010 Tomás Lipgot dirigió junto a Christoph Behl el documental Fortalezas. Esta película, que fue la opera prima de ambos, mostraba las historias de una serie de personajes encerrados en instituciones de reclusión. Uno de ellos, Moacir dos Santos, se destacaba e interesó a Lipgot como para realizar una película enteramente dedicada a él. Moacir era un brasileño internado en el neuropsiquiátrico José T. Borda, cantante, compositor y un personaje carismático, extrovertido y sociable a pesar de la enfermedad y el encierro. O quizás por esto mismo es que necesitaba relacionarse, cantar todo el tiempo, festejar y disfrutar la vida. La película se llamó simplemente Moacir (2011) y fue dirigida por Lipgot ya en solitario, documentando el proceso de externación y el proyecto de grabar un disco. La relación entre ambos fue más profunda que simplemente director y personaje y Lipgot realizó un nuevo film, Moacir III (2017), acerca del sueño de Moacir de protagonizar una película de ficción. A partir de este último, los tres films fueron presentados como partes de una Trilogía de la Libertad, lo cual además de la noción de unidad daba también una idea de cierre. Pero algo, que podríamos llamar el destino, provocó en Lipgot la necesidad de agregar un nuevo capítulo, o una coda en este caso. Moacir murió y el realizador decidió despedirse de él con una nueva película, conformando lo que ahora es una tetralogía. Y de eso se trata Moacir y yo, una despedida del amigo y una celebración de su vida. Si en los films anteriores Moacir era el protagonista indiscutido, esta vez comparte la pantalla. Sigue siendo el centro del relato ya que el film es efectivamente una elegía en forma de película que rescata su imagen, su palabra, su canto y su historia. Pero la palabra es también la de aquellos a quienes esa vida tocó de alguna forma: músicos, profesionales de la salud mental, vecinos, actores, productores o simplemente amigos. Y entre todos aquellos a los que Moacir conmovió está, lógicamente, el propio LIpgot, quien aquí da un paso al frente y cuenta de manera muy honesta y descarnada cómo haber conocido a Moacir en un momento muy difícil de su vida y compartido vivencias con él, de alguna manera lo salvó y lo inspiró. Lipgot acude esta vez a diversas y eclécticas fuentes y formatos: fragmentos de las películas, tomas de backstage, videos caseros, fotos, grabaciones de audio, documentos. El realizador le da unidad a ese collage audiovisual narrando en primera persona y poniendo el cuerpo, no solo porque se pone delante de cámara sino porque tiene el valor de contar cosas muy íntimas. Lipgot es desprejuiciado y nada solemne incluso a la hora de abordar algo difícil como la muerte. En eso coincide con el propio Moacir quien rechazaba lo lúgubre y la lamentación. Lo vemos cuando, en una reunión donde se está por decidir el diseño de una remera del Frente de Artistas del Borda, Moacir pide que el color de la prenda sea cualquiera menos el negro que le recuerda el luto. Fiel a esa premisa, Lipgot no guarda el luto, si bien el film está atravesado por una inevitable tristeza. Se trata básicamente de una película sobre la amistad. Por lo que se desprende de los testimonios, Moacir era una persona vulnerable que necesitaba de los otros, pero a su vez se brindaba, podía ser difícil pero también generoso y pródigo a brindar afecto, con ganas de hacer el bien además de recibirlo, que es lo que Lipgot destaca. Su película es entonces tanto una despedida como un agradecimiento. MOACIR Y YO Moacir y yo. Argentina, 2021. Dirección y guion: Tomás Lipgot. Intérpretes: Moacir dos Santos, Marisa Barcellos, Sergio Pángaro, Noelia López, Ruy Alonso, Cristina Gartland, Graciela Pellaza. Montaje: Leandro Tolchinsky. Dirección de fotografía y cámara: Javier Pistani. Música: Pablo Urristi. Dirección de sonido: Ana Mouriño. Duración: 74 minutos
UN DOCUMENTAL DE DESPEDIDA Tomás Lipgot logró con Fortalezas, Moacir y Moacir III una saga documental inusitada. Si bien en la primera película Moacir dos Santos era uno de los varios protagonistas, su carisma era tal que terminó convertido en una figura seductora para la cámara del director, que luego lo puso en el centro y lo llevó por caminos que flirtearon entre lo documental y lo ficcional. Moacir fue un brasileño que vino a la Argentina y que residió mucho tiempo en el Hospital Borda, compositor y cantante de esa estirpe de artistas populares que tal vez no tengan una gran técnica pero que suplen todo con la belleza de lo abstracto. Lo que logra Lipgot en esas películas no es sencillo: que sintamos la misma empatía que siente él por su personaje, que lo autorreferencial no moleste porque lo aceptamos como parte del juego y porque reconocemos que en cierta medida el director hace catarsis personal invocando la figura de Moacir. Esa autorreferencia toma forma finalmente en el título de su nuevo documental, Moacir y yo. Esta cuarta película, que complementa a la denominada Trilogía de la Libertad, es también un documental hecho contra los deseos del director, básicamente porque lo que cuenta es la muerte (la real, no la ficcional con la que habían jugado anteriormente) de Moacir. Y una muerte que llegó sin avisar, lo que vuelve a la película mucho más urgente y necesaria: no hubo aquí una preparación para pensar cómo sería el mundo sin Moacir, sino más bien un impacto que se vuelve un poco indecible e inenarrable. Moacir y yo es caótico y disperso, como son caóticas y dispersas las preguntas que nos hacemos cuando un ser querido muere y nos deja un vacío. Lipgot se pregunta ¿por qué? y su película avanza en esa dirección un poco a tientas. Pero la organicidad del relato la da el propio Moacir, quien con su personalidad imprevisible termina por construir la lógica. Hay una gran escena que sintetiza esto, cuando el director le pide que no cante porque eso encarece los derechos de autor que la producción tendrá que pagar ante SADAIC, y Moacir responde cantando otro clásico del cancionero de habla hispana. La reacción de Lipgot allí demuestra cabalmente cómo se vivía ese vínculo y la energía contagiosa del protagonista para el entorno, energía que a veces podía volverse violenta como demuestra otro pasaje. De esos retazos, de esas viñetas que surgen como recuerdos se construye Moacir y yo, un bello y simple documental que habla sobre la muerte pero, más aún, sobre quienes atraviesan el duelo. Lipgot pone en primer plano diversos objetos que simbolizan la figura de Moacir, a lo que sin dudas debemos sumar sus películas.