Cuán lejos iré
La nueva película de Disney no está a la altura de los clásicos pero se destaca por una heroína feminista y un soundtrack repleto de canciones pegadizas.
En esta época en que las películas están como nunca bajo la lupa de la corrección política y las voces públicas reclaman diversidad y feminismo, Disney se despacha con Moana: Un mar de aventuras y nos trae una heroína deliciosa y diferente. El resultado es tan natural que no solo logra el cometido de que más de una nena pueda identificarse con un personaje opuesto al de Blancanieves y sus clones, sino que abre la puerta para que esto deje de ser una excepción, deje de parecer un cálculo de marketing para captar a padres progres.
En la isla polinesia de Motunui vive Moana (voz de Auli'i Cravalho, una joven debutante de 16 años oriunda de Hawaii), la hija del jefe Tui (Temuera Morrison). Como hija única, algún día será la jefa de la tribu. Pero en esa isla pacífica y paradisíaca pronto empiezan a agotarse los recursos naturales: los pescadores ya con encuentran peces y la tierra deja de dar sus frutos.
Moana le propone a su padre navegar más allá del arrecife para buscar peces, pero el jefe Tui se lo prohibe. Es otra mujer la que la alienta: su abuela Tala (Rachel House) le revela que sus ancestros eran navegantes viajeros y que para que vuelvan los peces y la vida a la isla debe encontrar al semidiós Maui, que se robó una piedra mágica. Así, a escondidas de su padre, se lanza a alta mar en busca de aventuras.
Pronto se encuentra con Maui (cuya voz es, nada menos, que la de Dwayne “The Rock” Johnson), un semidiós forzudo pero algo torpe, y ambos van en busca del demonio de lava Te Kā, el que le robó a su vez a Maui la piedra.
Olvidemos toda la cuestión mitológica, porque es apenas una excusa para contar la travesía de dos héroes dispares y complementarios como Moana y Maui, en una pequeña balsa a través del mar. La película en ese sentido es sencilla: Moana es joven e intrépida, Maui es fuerte y bruto, y la química entre ambos es perfecta y su relación evoluciona como un organismo vivo pero no en la dirección obvia. No hay historia de amor en Moana. Hay una historia de amistad y de solidaridad, una amistad que los modifica y los mejora.
Pero lo que eleva a Moana por sobre las películas más recientes de Disney Animation Studio -me tengo que remontar a Ralph, el demoledor para encontrar otra que me haya entusiasmado tanto- es el soundtrack. Porque Moana es un musical con todas las de la ley y el autor de las canciones es nada menos que Lin-Manuel Miranda, el autor de Hamilton, un musical de Broadway de gran éxito. Las canciones, en especial el hit que se repite en varios momentos “How Far I’ll Go”, tienen melodías pegadizas y dulces, llenas de energía, que acompañan la historia y le dan un ritmo festivo y encantador.
Quizás hoy la mejor animación no se encuentre en los grandes estudios como Disney, Pixar o DreamWorks, sino en otros más alternativos como Laika o bien en manos de directores como Gore Verbinski (Rango), Robert Zemeckis (El expreso polar) o el propio Steven Spielberg (Las aventuras de Tintin). Pero en este panorama y sin estar a la altura de obras maestras como Toy Story 3 o El rey león, Moana nos regala más de un momento inolvidable.