Si arrancamos diciendo que Moana es la anti princesa de Disney, este es el mejor cumplido que se le puede hacer a una protagonista femenina que tiene sobre sus hombros el peso de una larga tradición de “monarcas” cantarinas, expectantes por la llegada de su príncipe azul.
“Moana: Un Mar de Aventuras” (Ron Clements, John Musker, 2016) aprueba con honores el test de Bechdel y enamora desde los imponentes paisajes y texturas, la fantasía de la mitología polinesia, una increíble banda sonora y su joven heroína, que de princesa no tiene absolutamente nada.
Ron Clements y John Musker, directores de clásicos animados como “La Sirenita” (The Little Mermaid, 1989) y “Aladdin” (1992), toman la estructura de musical animado del estudio del ratón y nos cuentan una historia milenaria, aunque bien ajustada a los tiempos que corren.
Mil años atrás, un guerrero semidiós llamado Maui (voz de Dwayne Johnson) robó el corazón de la diosa Te Fiti con la intensión de regalárselo a los hombres. La piedra, creadora de vida, se perdió en el océano junto con el anzuelo mágico de Maui, quien quedó aislado y desprovisto de sus poderes.
Por su parte, Moana, hija del jefe de la isla Motunui, está destinada a seguir los pasos de su padre y hacerse cargo del bienestar de su gente. La isla provee de todo lo necesario, así que no hay excusas para cruzar el mar, más allá del arrecife. Moana siempre sintió curiosidad por el océano y todas sus maravillas, y a medida que va creciendo no puede evitar su llamado. Pero Motunui está sufriendo la falta de comida, y la jovencita se debate entre lo correcto y tomar el riesgo de desafiar las órdenes de su padre para encontrar la solución más allá de la orilla. Gracias a su abuela descubre que, en realidad, su pueblo desciende de un larguísimo linaje de navegantes y exploradores. Moana se lanza al mar con la intención de encontrar a Maui y que este le devuelva el corazón a Te Fiti.
Acá empieza la verdadera aventura de esta adolescente y su viaje (literal y metafórico) hacia la adultez. La chica necesita encontrar su verdadera identidad, su propósito, y en el camino se encuentra con un sinfín de obstáculos, criaturas marinas, logros y frustraciones.
El guionista Jared Bush se atreve a romper esquemas y burlarse un poquito del pasado disneyniano. Introducir refinados chistes escatológicos, y hasta referencias cinéfilas, incluyendo a “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Mad: Fury Road, 2015). “Moana” mantiene las estructuras de la epopeya más clásica, pero logra contar una historia bien moderna. Nuestra joven protagonista está más cercana a “Hércules” (1997) que a una abnegada “Cenicienta” (1950), desde sus temas y ese humor que se ríe de sí mismo (Nota importante: el mejor chiste de Disney, en décadas, lo encuentran al final de los créditos).
“Moana” está cargada de identidad y sentimientos (no sentimentalismos), y adorna todo con la fantasía más alocada que se puede desprender de la mitología polinesia y sus paisajes. Visualmente no sólo busca el realismo, sino la espectacularidad, necesarias para sus incontables numeritos musicales. Sí, a diferencia de “Zootopia” (2016), esta es una aventura 100% musical y es ahí donde la película triunfa, mezclando las típicas canciones de Disney con la música tribal.
Desde el minuto cero, los sonidos locales nos invaden y es imposible no mover el cuerpo a su ritmo. Se nota la incorporación de Lin-Manuel Miranda, y se celebra; un estilo “rapero” que le sienta muy bien a Maui, por ejemplo.
“Moana” se lee entre líneas y demuestra, una vez más, que Disney puede triunfar con una joven protagonista femenina sin necesidad de coronitas, héroes al rescate o vestidos suntuosos. Los tropos y los arquetipos no pueden evitarse, obviamente, pero acá lo inteligente es poder redefinirlos y que nuevas generaciones de niñitas prefieran salir al mar en busca de sus propias aventuras (y sus destinos), en vez de quedarse durmiendo durante años esperando el beso salvador de un príncipe.