Después de una seguidilla de películas entre muy buenas y excelentes, la Disney vuelve a esquemas demasiado conocidos de la mano de los directores de “El Rey León”. Más allá de que en los diálogos se burlan de la “chica con mascota cómica e hija del jefe: princesa” y otras bromas sobre los lugares comunes, el problema de Moana no pasa por carecer de novedades sino por cómo ese material conocido está dispuesto y mostrado. La protagonista debe salvar a su mundo de la desaparición encontrando a cierto semidiós que una vez robó una joya que da vida, y restituirla para que la naturaleza renazca. Sí, es un poco rebuscado y todo se resuelve en el diálogo en la primera, trabajosa media hora. Hay muchos episodios en el film, un par de flashbacks (demostración de que hubo grandes problemas de cohesión en el guión, y se notan), varias arbitrariedades (ídem), un “personaje cómico” inexplicable y mucha menos “aventura” que mensajes aleccionadores. En ocasiones, el esplendor visual salva la película y retrasa el aburrimiento, pero estamos lejos de la inteligencia de las películas mencionadas más arriba. Prima cierta corrección política, la falta de tiempo justo de las secuencias y algunos elementos de diseño perezosos (el “espírit-mantarraya”, demasiado parecido a las criaturas de El Abismo, joya de James Cameron). Una pena.