Disney lanza una nueva doncella sin príncipe azul donde la aventura sin sentido reina en las aguas profundas de esta aventura.
En estas épocas de cambios, Disney se empeña en presentar una aventura no muy lejos de su fórmula de mujer independiente con Moana pero los tiempos de recambio también deben acompañarse con una narración pulida.
Una joven mujer princesa (?) Vaiana Waialiki, Moana, piensa salir de su pequeña isla para encontrar nuevas fuentes de comida que anda necesitando su pueblo. Sin embargo, sus padres no ven con buenos ojos este osado pensamiento de la doncella. Es así que con un pizca de rebeldía promovida por su abuela, la protagonista sale con fe y emoción hacia tierras desconocidas y encontrar a Maui (Semi-Dios) que podrá satisfacer otra vez a la alegre aldea.
Hasta el desembarco, el largometraje demuestra ser un deslumbramiento visual nunca antes visto. Las escenas son muy nítidas y llevadas a cabo con el mayor detallismo y rigurosidad posible como es el caso del agua y todo el decorado vegetal que reina escena tras escena. La realización en 3D no abarca una nueva experiencia en cuanto a la animación que viene llevando a cabo Disney.
Asimismo, la obra es acompañada por uno de las promesas pop de los últimos años: Lin Manuel Miranda quien no solo recrea de forma ideó las canciones de los personajes sino que compone la banda sonora de tal manera que no uno no podrá evitar mover los pies en la butaca. Es tal el entusiasmo por las notas musicales que todo lo demás de la cinta queda por debajo de este nivel hasta tal punto de que la desproporción de la historia con lo sonoro causa confusión y zozobra.
Los conflictos procreados por guion donde hay varios escritores en ella (un abuso que haya más de siete implicados) son de una cota inacabada y mal empleada. Tanto esfuerzo para una trama menor y casi sin sentido.
Por el principio, se consigue presentar una gran cantidad de personajes secundarios que luego de 10 minutos son olvidados por completo para centrar solo en dos y sus contradictorios diálogos. Lo más irritante de estos artilleros pasa en manos de sus características personalidades donde la caracterización no tiene un límite fijo para la burla de sí mismo.
La propuesta de la compañía del ratón Mouse no logra generar un relato honesto pero sí, como han de esperar, marketinero.