Moana: Un mar de aventuras

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

LA MUJER MARCANDO EL CAMINO

Al igual que Marvel, Disney sigue contando la misma historia de siempre, pero se las arregla para repensar, reformular y reescribir sus propias estructuras, para así renovarse sin dejar de ser fiel a sus propias tradiciones. Lo del estudio no es un “cambiar para que nada cambie” sino más bien un “seguir siendo el mismo pero diferente”, esa evolución justa, precisa y necesaria, que es la que alimenta tanto el clasicismo como la innovación. Moana: un mar de aventuras es una continuidad que entrega la seguridad de elementos ya vistos pero también nuevos, que estimulan al espectador.

Del mismo modo, Ron Clements y John Musker (los mismos de La sirenita, Alladin y La princesa y el sapo, entre otras) repiensan y reelaboran tópicos y variables de su propio cine, tomando conceptos de la cultura maorí y las tribus de la antigua Polinesia, para plantear una travesía donde la joven Moana, acompañada a regañadientes por el semidiós Maui (estupendo Dwayne Johnson en la voz), busca salvar al mundo de una progresiva destrucción. Moana: un mar de aventuras es también un relato de descubrimiento, de salir al mundo, de quebrar límites y fronteras impuestas por una cultura o marco al que se pertenece, donde es una mujer la que rompe con los esquemas, ligándose con otros films de la compañía como La bella y la bestia, Pocahontas o, más recientemente, Frozen: una aventura congelada y Enredados. Pero en Moana: un mar de aventuras hay una pequeña gran variante: no hay un interés amoroso para la protagonista, sólo compañeros, amigos y hasta tutores en la aventura, con lo que las retroalimentaciones cobran otros sentidos, que van más allá de lo romántico y en los que intervienen otros factores.

Porque Moana: un mar de aventuras posee una buena dosis de autoconciencia y su relato explicita en variados pasajes las mecánicas de este tipo de cuentos, pero no para renegar de ellas, sino para reafirmarlas, indagando en razones para creer en esos imaginarios. Y es en esta reflexión que roza lo metalingüístico que el film se revela como sumamente inteligente y arriesgado, por la forma en que interroga (y nos interroga) sobre cómo hay convenciones que son pura construcción cultural. En eso, el personaje de Maui -y su interacción con Moana- es clave: la película revela, como pocas, que no sólo las acciones importan, sino también los resultados de ellas y las interpretaciones, que hay intenciones y recepciones, que no todo es blanco o negro y que muchas veces las historias que nos cuentan no guardan una total similitud con la realidad. Ese diálogo con las tradiciones y la manera en que nos van delineando como personas -aún cuando las enfrentamos y las ponemos en crisis- impulsan hacia adelante a un film que es esencialmente una road-movie donde la relación central primero es forzada pero luego crece desde el respeto y la igualdad en las perspectivas.

Pero además hay, a cada minuto, un despliegue maravilloso en todos los posibles niveles audiovisuales: Moana: un mar de aventuras es un film que respira cine, desde la creación de escenarios y situaciones avasallantes en los colores y formas desplegados, hasta un compendio de canciones destinadas a permanecer en la memoria (You’re welcome, interpretada por el mismo Johnson, se lleva todas las palmas). Jamás hay pereza en la película, sino creatividad pura, una voluntad inmensa por explotar el campo animado y crear un universo que es en verdad muchos universos, donde el terreno de lo espiritual se fusiona de manera profunda y verdaderamente trascendente con lo humano.

Se le podrán criticar a Moana: un mar de aventuras algunas fallas narrativas, ciertos pasajes donde se pierde en idas y vueltas un tanto redundantes. Pero aún así es un film que se disfruta enormemente y que confirma que Disney -con algo de ayuda de Pixar, no hay que olvidarse- sigue marcando el rumbo a seguir. Y que las que comandan el barco son mujeres, que no eligen las respuestas fáciles sino que encaran desafíos y afrontan lo desconocido. De eso se trata el cine, al fin y al cabo: de descubrir mundos, de traspasar fronteras, de encontrarnos personajes como Moana, que nos hablan directo al corazón.